La insoportable gravedad de ser yo
A pesar de que lo parezca, no tengo ganas de dejar el blog abandonado a su suerte. El ciberespacio es grande y comprendo los temores que eso pudiera ocasionarle (a mi blog). Y, aunque sólo aparezca en persona de Pascuas a Ramos, podéis creerme si digo que me hallo presente en espíritu en todo momento. Sí, así, con ruido de cadenas incluido -o esa sensación tengo. En fin, en todo caso, ¿qué más da? Lo bueno de todo esto es que no soy consciente de si alguien me lee o no y, de veras, lo prefiero así.
Tras unas Navidades para olvidar, he decidido dar un paso... bien, enorme, porque yo soy así, en términos generales: o no hago nada de nada, o quiero hacerlo todo de una vez. Así que estoy en conversaciones conmigo misma para convencerme de subirme a un avión rumbo a Alemania. Rumbo a Munich, más concretamente. El hecho en sí no tendría mayor importancia si no fuese porque a) aún no tengo los billetes -con lo cual, en teoría, todavía podría echarme atrás- y ya me muero de miedo, b) aún quedan unas tres semanas y ya he notado dificultades para dormirme por la noche -bendita Dormidina-y c) no tengo ni idea de cómo resolver la parte "técnica" de la cosa. Hablo específicamente del "chute" de medicamentos que me meteré, ya que no sé si convendría hincharme a ansiolíticos antes del viaje en tren -el inconveniente de esto es que no puedo caminar por Madrid si estoy dormida, y más bien me parece necesario estar alerta en dicha situación- o si tomármelos antes de subirme al avión, con lo cual quedaría totalmente desprotegida (o en bragas, dicho así, coloquialmente) para el viaje en tren. Claro, pienso que la solución es, o bien tomar los ansiolíticos antes del tren y antes del avión -no tengo claras cuáles podrían ser las consecuencias-, o bien no tomar ansiolíticos en ningún momento y aguantarme el miedo todo el viaje. Hay una tercera opción -la cuarta es no ir, simplemente-, que consistiría en decirle a mi novio que me golpee la cabeza con un objeto contundente antes del tren y se ocupe de mí durante todo el trayecto -al hospital-, pero esto tiene sus claras desventajas, desde luego, en caso de que pudiese convencerle de dejarme K.O. -y es que él nunca lo haría.
Lo que más me fastidia es que ésta es una oportunidad buenísima en todos los sentidos, y me decepcionaría mucho echarme atrás. El viaje sería corto, algo menos de una semana, con lo cual, en principio, casi ni me daría tiempo de echar de menos mi casa. Además de eso, podría asistir al Carnaval de los alemanes -Fasching para ellos- que, por lo que he oído, es un espectáculo digno de verse. Podría también practicar mi espantoso alemán en vivo y hasta aprender algo del pintoresco dialecto bávaro -que sí, que esto puedo hacerlo también con mi novio... pero vaya, no es lo mismo-, y además de todas estas ventajas, la ventajas típicas de cualquier viaje: nuevos parajes, nuevas personas -¡alemanes, ni más ni menos!-, nuevas costumbres, nueva cerveza... y hasta, ¿por qué no?, nuevos temas para este santo blog que tanta paciencia me tiene. Los inconvenientes, por otra parte, están igual de claros: ¡No quiero ir, demonios! Quiero ir a mi rincón y darme cabezazos contra las paredes blanquitas, acolchaditas... sí, ésas.
Iré, sí, sí, sí, porque dentro de dos días reservamos los billetes y mi novio me preguntará que qué he decidido finalmente, y entonces yo le diré que no me da la maldita gana de ir, así, en tono agresivo-despectivo, pero él pasará de mí -y bien que hará, porque sabe que en el fondo lo estoy deseando- y me reservará un billete, y entonces ya pasará a ser un tema de euros, con los que no se puede jugar mucho, y me veré obligada a ir, claro, porque si voy me moriré de miedo, pero si no voy, perderé varios de esos valiosos euros -soy una materialista, me estoy dando cuenta-, y ya lo siguiente será del todo pesadillesco: me despediré de poder volver a dormir a pierna suelta hasta mediados de febrero como mínimo -o más tiempo, si el viaje me traumatiza-, odiaré a mi novio "para siempre" hasta que llegue el momento de volver a casa y yo anuncie -porque soy una conformista dentro de mi inconformismo- que yo me quiero quedar en Alemania "para siempre" y que no me da la real gana de volverme a España, que no se me ha perdido nada allí, y que me deje en paz, coño. O algo así es lo que preveo que pasará.
Lo voy a dejar aquí porque ya he conseguido aburrirme a mí misma (lo que no tiene mucho mérito tampoco), y no tengo ganas de escucharme más. Ya os iré anunciando -¡hola, posibles lectores, despistados varios que llegasteis aquí por cualquier motivo y gentes en general!- si hay noticias. Que las habrá, ¡maldita sea!
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