Una tarde para escondernos (relato ficticio) |Segunda parte|
No creo que sea una buena idea, me digo mientras subo las escaleras hacia su piso. Repaso todas las razones por las que no es una buena idea y tienen sentido. Lo que no tiene sentido es que yo ya haya llegado a la puerta y que él me reciba con la misma cara de siempre: como alguien que no ha dormido en varios días, como alguien que tiene demasiadas cosas en la cabeza, que dedica un rato todas las noches a rondar abismos, con una devoción pasmosa, sin perder un solo segundo en pensamientos alegres. Lo más curioso de todo esto es que él es una persona en esencia triste, uno de los más tristes que conocí y que, probablemente, es esa tristeza lo que más me interesa de él y, sin embargo, la primera vez que noté su presencia fue aquella vez que me sonrió. Y, ahora, recordando esa primera vez que me sonrió, todas y cada una de las veces que le he visto sonreír –casi, casi se pueden contar con los dedos de una mano-, por fin sé por qué estoy aquí, por qué sigo enamorada de él, a pesar de todo, a pesar de que nada de esto es una buena idea.
La conversación discurre por los senderos conocidos, un poco de esto y de aquello aunque nada demasiado trascendente o demasiado impresionante. Y es totalmente normal, ya que otra de las peculiaridades de nuestra relación, como una de esas reglas no escritas que existen en todas las relaciones, es que las cosas importantes solamente se dicen en tierra de nadie y “tierra de nadie” solía ser ese bar bonito y pijo cerca de mi casa. Sólo allí nos dedicábamos a desnudarnos el alma si nos daba la gana pero, no hace falta ni mencionarlo, ir a su casa significaba tener que desnudar otras cosas más tangibles. Sin problema. El sexo sin relación siempre trae menos problemas que la relación sin sexo, y lo sé por experiencia. Genial, pienso, voy a retener esta idea. El pensamiento me envalentona: al fin y al cabo, me digo, sólo es sexo, sólo es sexo... y lo repito como un mantra mientras él me dice no sé qué... sólo es sexo, sólo...
¿Te quiero?
Lo ha dicho, podría jurarlo, porque yo repetía el mantra y de repente he oído las dos condenadas palabras. Y no he sido yo, de veras que no. Ni siquiera tengo la excusa de pensar que he entendido mal porque lo he entendido perfectamente, igual que aquella vez que me dijo que estaba enamorado de mí y yo me hice un lío y no puedo recordar ni lo que le contesté porque, ¡demonios!, el muy maldito siempre me dice esas cosas cuando yo no estoy preparada para oírlas y ahora, mientras me mira, sé que otra vez está rondando por esos abismos suyos a los que tiene tanto cariño y sospecho que es mejor que me quede callada, así, como si no hubiese oído, porque nada es como debería ser. Lo que quiero decir es que no sé en qué momento algo parecido al amor se coló en nuestra relación de “sólo sexo”. Jodido amor, siempre estropeándolo todo.
Decido que voy a ignorar lo que ha dicho y me siento mejor. Y es que el autoengaño sólo tiene mala prensa: a veces resulta de lo más reconfortante.
(Continuará...)
1 comentario:
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