Mucho más absurdo
Escribo, otra vez, desde la burbuja, desde el lugar donde he vuelto a ser derrotada. Bah, ni siquiera tengo ganas de que esto suene melodramático o de que suene, simplemente, a cómo me siento. En realidad, me gustaría que no sonase a absolutamente nada. ¿Será esto posible?
No paso por aquí desde hace tiempo. Hoy mismo, tal vez por haber estado ocupando mi mente en muchas cosas diversas, he pensado que hace muchísimo que no escribo nada y, como justo la agorafobia me empieza a dar la lata de nuevo, me he acordado del blog. Nada de malas interpretaciones. Me acuerdo del blog a menudo, pero lo que tenía que contar no me apetecía contarlo -por un exceso de acontecimientos, tal vez, y no al contrario. Y es que las cosas pasan deprisa y todo cambia en cuestión de instantes. Así que voy a intentar ponerme al día.
Estoy haciendo un cursito en otra ciudad, sólo fines de semana. Es algo que necesitaba hacer porque puede ayudarme a encontrar -¡por fin!- un trabajo en algo que ni me gusta ni me disgusta, pero que no me importaría hacer. ¿El problema? La ciudad en cuestión está a tres horas de autobús de la mía, dos y media en coche. Durante el mes de noviembre, cuando comenzó, todo salió tan bien que solamente tuve que montar en el maldito autobús una vez. Hacía ocho años que no subía a uno y no sé de dónde saqué las fuerzas. Y no, por desgracia no puedo decir que me fuera bien. Una vez allí, volvieron sensaciones de antaño ya olvidadas -las de mis últimos viajes en autobús, sólo que aumentadas y corregidas para ser aún más terroríficas-. Me pasé el viaje declarando -a los cuatro vientos, me temo, porque el autobús estaba silencioso- que me bajaría en la siguiente parada, y lo dije en todas y cada una de las paradas. Al final, llegué a la ciudad temida -y ya odiada, a estas alturas-, y el resto del tiempo lo pasé más o menos bien a pesar de que pasé sola la noche. Pero al día siguiente, aun cuando estaba decidido que volvería en autobús, tuve que llamar a mi entonces todavía novio para que viniese a rescatarme con el coche. El fin de semana siguiente ya no fui -hubiese tenido que volver en autobús y, por la mañana, al prepararme para ir, tuve un ataque de pánico y me negué-, y este fin de semana otro tanto de lo mismo: no he ido. Me siento fatal conmigo misma, pero ya no puedo hacer nada. Sin embargo, tampoco quiero ser indulgente. No sé el porqué de esta recaída. Como ya he dicho, el hecho de viajar aquel día en autobús removió cosas ya olvidadas. También es cierto que es el único medio de transporte que todavía no domino. El tren, ahora, me parece hasta cómodo y el avión ya no me da el miedo que solía. El coche tampoco es un problema, siempre que conduzca alguien de mi confianza. Me fastidia esto, ahora, porque es importante, y también porque este año he superado un montón de cosas que me parecían impensables hace un tiempo. Y es por eso que me siento derrotada.
Por otro lado, las cosas están cambiando bastante para mí. He dejado a mi novio hace dos semanas. No es que la cosa haya cambiado mucho, en realidad. Nos seguimos viendo con la misma frecuencia, y la manera de terminar ha sido de lo más armónica, a pesar de haberle dejado por otra persona. Ha sido una decisión totalmente impulsiva porque a la otra persona, en realidad, no la conozco. Sólo sé de él lo que él ha querido contarme, que no es mucho y, a pesar de habernos declarado nuestra mutua intención y deseo de estar juntos, ni siquiera sé si lo estamos o no. Es algo que se resolverá el domingo, supongo. Pero las cosas transcurren de manera extraña. Llevaba seis meses viéndole casi a diario y no me atrevía a decirle nada. En seis meses una puede pensar muchas cosas, inventar muchas fantasías. Es decir, estaba llegando a un punto en el que, o actuaba ya, o la situación con él iba a convertirse en un tema de "amor platónico" sin más. Nunca me había ocurrido algo así, sentirme tan incapaz de decirle a alguien "me gustas" o tratar de iniciar una conversación de alguna manera. Sólo me dedicaba a mirarle silenciosamente porque su presencia me imponía tanto que no podía siquiera sonreírle o lanzarle alguna mínima señal de interés. Él me miraba también, por eso yo me sentía relativamente segura respecto a la idea de que, si algún día me atrevía a decirle algo, él no iba a rechazarme de lleno. Absurdo. Todo tan absurdo... empezaba a sentirme como una adolescente. Y, un día, me atreví, y todo fue maravillosamente sencillo. Hace dos semanas de aquello. Hubo una primera cita y él, como buen sagitario, me aclaró bastantes cosas acerca de lo que quería de mí y me preguntó qué es lo que quería yo de él. Me pilló sin respuestas y le dije que lo pensaría -por mi situación, el hecho de pensar en qué quería yo de alguien que no fuese mi novio, me dejaba inmediatamente sin respuesta. Así que no pensé. Actué. Dejé a mi novio. De nuevo, absurdo, pero estoy razonablemente segura de que lo quiero así, al menos por ahora. El otro chico "desapareció" después de aquello y, tras unos días, me convencí de que todo había acabado sin haber empezado siquiera, hasta que él me aseguró, vía sms, que quería estar conmigo. Absurdo, absurdo, absurdo. Lo reconozco. Lo que empieza tan mal, acabará seguramente peor, pero no me importa porque voy a llevar este absurdo hasta el final. Simplemente, quiero hacerlo y ya está. Y eso es algo que hacía tiempo que no podía decir con tanta seguridad.
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