Día siete
"Historias subterráneas"... a veces me expreso de manera extravagante. En realidad, no es tan extraño como suena, no es nada misterioso ni oculto. Sólo se trata de pensamientos, deseos, que rondan por la mente pero que uno no se atreve a verbalizar por considerarlos o bien demasiado ridículos, o bien imposibles, o bien simplemente irrealizables.
Últimamente estoy sufriendo de sobredosis de Jane Austen, Morrissey y comedias románticas, todo a la vez. Me lo pide el cuerpo, pero noto ya ciertos indicios de intoxicación. Todo eso, unido a mi idiosincrasia, me convierte a veces en un objeto tembloroso e inseguro, y francamente irritable. Hoy ha sido, es, un día horrible. Bueno, tan horrible no, pero sí bastante malo. He estado enfadada gran parte de la tarde, no he hecho nada de lo que tenía que haber hecho -y sigo sin hacerlo-, el fin de semana se acerca, y ya no sé si se acerca demasiado rápido o demasiado despacio, no dejo de pensar en el viaje (en el mío) que, para mi gusto, se acerca vertiginosamente, y no dejo de pensar en tu regreso (que se producirá más o menos a la vez que mi viaje) para el que, o esa sensación me da, todavía queda una eternidad. Es decir, estoy hecha un lío y además, no sé por qué, la soledad esta noche me pesa más que cualquier otro día.
Supongo que lo que dices que te preocupa son las "historias subterráneas". Sonrío. Como te he dicho hace dos párrafos, no es nada malo ni nada preocupante. A ver si puedo explicarme: hubo un momento, hace unos meses, en que empecé a replantearme (¡otra vez!) mi vida. Llevaba unos cuantos años recopilando información sobre mí misma, pero nada de lo que descubría parecía tener efectos en un sentido práctico. Solamente pensaba y pensaba, y analizaba y analizaba. Sabía que tenía la vida para algo. Esto es, uno es arrojado aquí, a la vida, y tiene que hacer algo con ella. Eso lo tenía bastante claro, que algo tenía que hacerse pero, ¿qué exactamente? Hay un libro... es un cuento, medio narración medio obra de teatro, de Alessandro Baricco. El personaje es un hombre, un pianista, nacido en un barco. Jamás salió del barco. Una vez estuvo a punto, pero en el último momento se echó atrás. Porque la vida era inmensa, el mundo era inmenso. Él conocía el piano. 88 teclas con las que se podía hacer innumerables melodías. Pero el mundo... es otra cosa. Hay tantas opciones al principio. Cualquier cosa es posible. Yo tuve esa sensación cuando terminé el instituto: me imaginaba en una encrucijada, miles de caminos para escoger y ninguna indicación de adónde me llevaría cada uno de ellos. Lo malo es que en ese momento era una inconsciente y no tenía ni idea de por dónde soplaba el viento. No sabía qué era lo importante ni sabía qué demonios quería. Tenía una vaga idea, que resultó ser errónea, y ese primer paso que di, en ese preciso momento, fue el origen de todo lo que ha sucedido después. Ahora estoy siendo no-determinista, pero sólo estoy intentando explicarme. Después de producirse lo que yo llamo cariñosamente "la debacle" -o el caos-, necesité tranquilizarme un poco. Me retiré del mundanal ruido, como suele decirse -y de una manera bastante literal, además-, y me puse a pensar. Ocupé muchos días con sus noches pensando. Meses, años. Y llegué a algunas conclusiones: la primera y más importante, que quería una vida normal. Mis sueños de grandeza de la adolescencia terminaron, fueron cortados de raíz y lo único que pretendo desde entonces es hallar la normalidad, con su rutina y su placidez. Con su felicidad silenciosa. Para eso, pensé, necesito un trabajo normal, en un sitio normal, una casa normal y una afición, un hobby, normal. Y un chico. Un hombre. Todo eso me tenía en un sinvivir. He imaginado millones de veces ese trabajo -nada que ver con lo que estoy haciendo ahora-, ese país -nunca era España-, esa casa, esa afición y, sobre todo, a ese hombre. Y, en la imaginación, ese hombre tenía rasgos que no se correspondían con los del que fue mi novio. Eso no me inquietaba demasiado, desde luego. La imaginación es la imaginación, y todo lo demás es diferente. Hasta que llegó a inquietarme. Y, de una manera mucho más sutil, llegó la segunda debacle. Silenciosa e inofensiva. Nada que ver con la primera, que tuvo hasta efectos especiales -o esa sensación me dio-. No. Se produjo la debacle, la ruptura, y yo alucinaba de lo fácil que había sido. Y llegaste tú. Más o menos... esto es difícil, porque estoy hablando más o menos de abril del año pasado, y no de noviembre. Ya sabes a qué me refiero. La ruptura -en eso estamos de acuerdo él y yo- se produjo entonces, y no cuando se dijo oficialmente "a partir de ahora pasamos página". Y todavía antes de eso mi imaginación había comenzado a funcionar a toda máquina. Y lo curioso del caso es que, sin ser una copia idéntica, el hombre imaginado se parecía a ti. No físicamente, pero sí en otros sentidos. Él me lo dice, me lo recuerda -ya ves como soy: le hacía a él partícipe de mis fantasías-, me dice "tú querías un hombre así y así, y mira... ahora tienes lo que querías". Jo. Disculpa esto, estoy escribiendo en plan monólogo interior, pero es que hay cosas que no pueden explicarse de otra manera. Las historias subterráneas son las cosas que imaginaba, las cosas que nunca había tenido necesidad de explicar en alto -aunque las discutía con él... pero hablar con él no fue nunca "decir algo en alto", si entiendes lo que quiero decir. Tal vez así entiendas también por qué él sigue siendo tan importante para mí: siempre fue el receptor de mis pensamientos, incluso de esos que nunca se dicen en voz alta, y siempre consiguió explicarme todas las cosas que yo no entendía de mí misma.
Algunas veces, cuando me veías al mediodía sentada sola en una mesa, yo estaba creando nuevas "historias subterráneas". Casi todas referidas a ti, desde luego. Y la mayor parte de las veces me sentía absurda, idiota, por atreverme a imaginar tantas cosas. Trataba de ponerme freno, de autocensurarme, y jamás lo conseguía. Es adictiva, a veces, la imaginación. Y... el caso es que, después, mis "historias subterráneas" comenzaron a tener reflejo en la realidad. Un día noté que me mirabas de cierta manera peculiar y te dije que te habías pillado. Fue la primera vez que me atreví a verbalizar algo de todo aquello. Lo hice en plan tentativa. En plan superheroína, como digo yo -los superhéroes son tan atrevidos porque tienen superpoderes y saben que cualquier lío en que se metan podrán solucionarlo fácilmente. Por eso no les preocupa arriesgarse-. Algunas veces me creo que soy una superheroína y suelto las cosas pensando que podré solucionar cualquier situación que genere, gracias a mis superpoderes. Pues bien, así lo hice, y no te vi nada convencido. No lo estabas entonces, desde luego, pero no me importó porque me lo esperaba. Y después sucedió algo, no sé qué, y recuerdo el mensaje que me mandaste, y yo pensé... bien, exactamente eso: no podía creerme que lo que había imaginado estuviera comenzando a tomar forma en el plano real. Pero así era. Por eso me cuesta -costaba, costó- tanto creerte. Algunas veces me da la impresión de que sigo imaginando. Ya sé qué me vas a decir. Que no imagino nada, que es así, pero entiende mi confusión.
Tú no te planteabas nada. Yo me lo planteaba todo. Para ti, lo que sucedía, las miradas, no significaban nada más que lo que eran: miradas. Yo no dejaba de crear "historias subterráneas". Y, bueno, es que así funciono yo, en realidad. Mi mundo, enorme, es difícilmente visible desde el exterior. Casi todo lo que creo queda ahí guardado, como bajo tierra, y lo que muestro normalmente es muy diferente. Y no es por un afán de aparentar algo o de mostrarme diferente a como soy, es que simplemente no sé hacerlo de otra manera. Lo de dentro y lo de fuera son mundos totalmente distintos para mí, y jamás he aprendido a conciliarlos. Aquí dentro soy una cosa, y ahí fuera soy otra. Como todo el mundo, supongo. Como todo el mundo. Pero tú preguntaste, y aquí tienes tu respuesta. ¿He conseguido explicarme?
Basta por hoy. Te espero. (Te amo).
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