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Querido Y Viejo Tigre Que Duerme:

domingo, 21 de diciembre de 2008

Feliz

Estoy exhausta, algo magullada, me duele todo y tengo agujetas, pero me siento incontinentemente feliz, exultante, y hasta guapa. Escucho a Air, la banda sonora de la peli Las Vírgenes Suicidas y, aunque ya está oscuro fuera, a mí todo me parece hoy brillante, perfecto.

Es increíble cómo una noche de sexo (y de amor, aunque tal vez sea no demasiado prudente decirlo así -es sólo una forma de hablar, un tópico) con un chico de-los-que-te-gustan-de-verdad puede cambiar la visión del mundo, de todas las cosas. Y yo sigo aquí, montada, firmemente agarrada a mi montaña rusa emocional, pero hoy no me importa. Hoy soy feliz y ya está.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Mucho más absurdo

Escribo, otra vez, desde la burbuja, desde el lugar donde he vuelto a ser derrotada. Bah, ni siquiera tengo ganas de que esto suene melodramático o de que suene, simplemente, a cómo me siento. En realidad, me gustaría que no sonase a absolutamente nada. ¿Será esto posible?

No paso por aquí desde hace tiempo. Hoy mismo, tal vez por haber estado ocupando mi mente en muchas cosas diversas, he pensado que hace muchísimo que no escribo nada y, como justo la agorafobia me empieza a dar la lata de nuevo, me he acordado del blog. Nada de malas interpretaciones. Me acuerdo del blog a menudo, pero lo que tenía que contar no me apetecía contarlo -por un exceso de acontecimientos, tal vez, y no al contrario. Y es que las cosas pasan deprisa y todo cambia en cuestión de instantes. Así que voy a intentar ponerme al día.

Estoy haciendo un cursito en otra ciudad, sólo fines de semana. Es algo que necesitaba hacer porque puede ayudarme a encontrar -¡por fin!- un trabajo en algo que ni me gusta ni me disgusta, pero que no me importaría hacer. ¿El problema? La ciudad en cuestión está a tres horas de autobús de la mía, dos y media en coche. Durante el mes de noviembre, cuando comenzó, todo salió tan bien que solamente tuve que montar en el maldito autobús una vez. Hacía ocho años que no subía a uno y no sé de dónde saqué las fuerzas. Y no, por desgracia no puedo decir que me fuera bien. Una vez allí, volvieron sensaciones de antaño ya olvidadas -las de mis últimos viajes en autobús, sólo que aumentadas y corregidas para ser aún más terroríficas-. Me pasé el viaje declarando -a los cuatro vientos, me temo, porque el autobús estaba silencioso- que me bajaría en la siguiente parada, y lo dije en todas y cada una de las paradas. Al final, llegué a la ciudad temida -y ya odiada, a estas alturas-, y el resto del tiempo lo pasé más o menos bien a pesar de que pasé sola la noche. Pero al día siguiente, aun cuando estaba decidido que volvería en autobús, tuve que llamar a mi entonces todavía novio para que viniese a rescatarme con el coche. El fin de semana siguiente ya no fui -hubiese tenido que volver en autobús y, por la mañana, al prepararme para ir, tuve un ataque de pánico y me negué-, y este fin de semana otro tanto de lo mismo: no he ido. Me siento fatal conmigo misma, pero ya no puedo hacer nada. Sin embargo, tampoco quiero ser indulgente. No sé el porqué de esta recaída. Como ya he dicho, el hecho de viajar aquel día en autobús removió cosas ya olvidadas. También es cierto que es el único medio de transporte que todavía no domino. El tren, ahora, me parece hasta cómodo y el avión ya no me da el miedo que solía. El coche tampoco es un problema, siempre que conduzca alguien de mi confianza. Me fastidia esto, ahora, porque es importante, y también porque este año he superado un montón de cosas que me parecían impensables hace un tiempo. Y es por eso que me siento derrotada.

Por otro lado, las cosas están cambiando bastante para mí. He dejado a mi novio hace dos semanas. No es que la cosa haya cambiado mucho, en realidad. Nos seguimos viendo con la misma frecuencia, y la manera de terminar ha sido de lo más armónica, a pesar de haberle dejado por otra persona. Ha sido una decisión totalmente impulsiva porque a la otra persona, en realidad, no la conozco. Sólo sé de él lo que él ha querido contarme, que no es mucho y, a pesar de habernos declarado nuestra mutua intención y deseo de estar juntos, ni siquiera sé si lo estamos o no. Es algo que se resolverá el domingo, supongo. Pero las cosas transcurren de manera extraña. Llevaba seis meses viéndole casi a diario y no me atrevía a decirle nada. En seis meses una puede pensar muchas cosas, inventar muchas fantasías. Es decir, estaba llegando a un punto en el que, o actuaba ya, o la situación con él iba a convertirse en un tema de "amor platónico" sin más. Nunca me había ocurrido algo así, sentirme tan incapaz de decirle a alguien "me gustas" o tratar de iniciar una conversación de alguna manera. Sólo me dedicaba a mirarle silenciosamente porque su presencia me imponía tanto que no podía siquiera sonreírle o lanzarle alguna mínima señal de interés. Él me miraba también, por eso yo me sentía relativamente segura respecto a la idea de que, si algún día me atrevía a decirle algo, él no iba a rechazarme de lleno. Absurdo. Todo tan absurdo... empezaba a sentirme como una adolescente. Y, un día, me atreví, y todo fue maravillosamente sencillo. Hace dos semanas de aquello. Hubo una primera cita y él, como buen sagitario, me aclaró bastantes cosas acerca de lo que quería de mí y me preguntó qué es lo que quería yo de él. Me pilló sin respuestas y le dije que lo pensaría -por mi situación, el hecho de pensar en qué quería yo de alguien que no fuese mi novio, me dejaba inmediatamente sin respuesta. Así que no pensé. Actué. Dejé a mi novio. De nuevo, absurdo, pero estoy razonablemente segura de que lo quiero así, al menos por ahora. El otro chico "desapareció" después de aquello y, tras unos días, me convencí de que todo había acabado sin haber empezado siquiera, hasta que él me aseguró, vía sms, que quería estar conmigo. Absurdo, absurdo, absurdo. Lo reconozco. Lo que empieza tan mal, acabará seguramente peor, pero no me importa porque voy a llevar este absurdo hasta el final. Simplemente, quiero hacerlo y ya está. Y eso es algo que hacía tiempo que no podía decir con tanta seguridad.

martes, 22 de julio de 2008

Absurdo

Tengo los ojos envueltos en humo, apenas puedo ver las letras que escribo, demasiados cigarrillos en el cenicero aunque, en noches como ésta, en noches como todas, parece que lo único que se puede hacer es seguir fumando, uno tras otro, uno tras otro, con la ventana cerrada para que el humo envuelva mis ojos y no me deje ver nada.

Esta tarde, mientras me estaba poniendo los pantalones negros, he pensado “ésta no puede ser mi vida, es absurdo”. Es absurda, mi vida, la mayor parte del tiempo. No consigo entenderla. No sé cómo lo hace la gente, es decir, no sé si hay algo que entender realmente, no sé si merecerá la pena tratar de entender algo porque la vida se te va en el empeño. Pero no puedo evitarlo. Es como aquella vez en que me di cuenta de que la libertad de la que creía gozar era una ilusión. La lucha, desde entonces, pasó a ser una búsqueda de la libertad, que no es otra cosa más que una búsqueda de la verdad. Pero, ¿acaso existirá? En fin, nada de esto tiene sentido, como viene siendo ya habitual. El caos se ha convertido en absurdo y a veces veo pasar mi vida como si se tratara de un sueño. Por lo pronto, me siento más real en sueños que cuando no estoy despierta, y eso es un síntoma. No sé de qué, pero es un síntoma.


***


Otra cosa: tiendo a identificarme demasiado con personajes de ciertas películas, de ciertos libros. Hoy vi “El maquinista” y creía que me iba a volver loca. La empatía, en mi caso, es una enfermedad. Aunque creo que es benigno. Definitivamente, ha de serlo. Otras veces, sin embargo, soy extremadamente fría. Tan fría algunas veces que parezco otra persona y, cuando sucede –porque es algo que “sucede”, esto es, de repente me distancio, me alejo miles de kilómetros, literalmente me transformo y sale mi Mr. Hyde particular, el Mr. Hyde que todos llevamos dentro-, cuando sucede, decía, es digno de verse, según me han comentado aquellos que en efecto lo vieron. Me cambian los gestos, la expresión de la cara. No ocurre muy a menudo, ciertamente, pero es algo interesante. ¿Le ocurrirá a todo el mundo?

Y, como tantas veces antes, esta entrada es más bien el producto de una pesadilla que otra cosa. Tal vez también un recurso para ignorar el miedo mientras lo veo acechar(me). Tal vez debería crear una nueva categoría para el blog, ya que las pesadillas, el miedo, el Absurdo, siempre parecen estar presentes y, para ser totalmente honesta, tampoco sé lo que haría sin ellos. En cierto sentido todo esto es incluso reconfortante, ¿no os parece?

domingo, 6 de julio de 2008

El Circo (de los años 20)

Lo digo desde ya: no soporto a los payasos, son inquietantes y tristes, los mimos me producen tal desconfianza que cuando veo uno en la calle tengo que apretar el paso mientras lo miro con cara de alucinada, no me interesan en absoluto los animales entrenados para hacer acrobacias, y de la única vez en mi vida que fui al circo no guardo recuerdo alguno -es más, tal vez solamente soñé que fui al circo-. ¿Por qué, entonces, el Mundo del Circo, ese con mayúsculas, (ese de los años 20 o por ahí, el Circo en todo su esplendor), me parece tan sumamente atractivo?

No tengo ni idea de cómo funciona hoy en día, la verdad. Cuando veo un cartel con un elefante enorme en el centro y una señorita de sonrisa Profident encima del animalito, vestida con maillot de lentejuelas, me entra una pereza enorme y me alegro de no estar obligada a acudir a tal espectáculo. Y, sin embargo, daría cualquier cosa por poder irme al pasado a visitar uno de esos Circos de allá por los años 20, con sus forzudos de músculos hiperbólicos y ridículo bigotito, sus funambulistas de cable suspendido y pértiga y sus fenómenos, que provocaban a la vez pánico, sorpresa, curiosidad y repugnancia en la concurrencia, en un momento en que la concurrencia no había oído hablar en su vida de ese concepto tan famoso de la corrección política y, por tanto, escandalizarse por ver a una mujer con una barba tan poblada como la del abuelo de Heidi o abrir la boca ante la visión de unos hermanos siameses unidos por el torso era justamente lo que se consideraba apropiado.

Hay una película de 1932 en la que el Mundo del Circo aparece representado, imagino, tal y como era entonces. Su título original es "freaks", palabra que se refiere a los fenómenos de aquel circo inquietante, y que es el calificativo que hoy en día muchos se autoaplican, orgullosos de mostrar al mundo su diferencia. Pues bien, aun era yo una niña de ocho años cuando descubrí esta peli -a los ocho años me gustaban las pelis que mi padre grababa en nuestro antiquísimo video, películas como "un gangster para un milagro", "my fair lady" o la propia "freaks" son de esas que me han acompañado durante toda mi vida y, supongo que sí, yo también me siento orgullosa de ser, en cierto modo, una "freak"-, a los ocho años, como decía, descubrí esta película y todavía recuerdo el tremendo impacto que produjeron en mí las imágenes del final, cuando (recomiendo que quienes no hayan visto la peli se salten esta parte) los freaks, en medio de la noche, bajo una tormenta de proporciones bíblicas, se cobran su terrible venganza contra la pérfida Cleopatra. La moraleja de la película es, no podría ser de otra manera, "los freaks son los otros".

Que quede, pues, constancia, de mi admiración por ese mundo misterioso, por aquellas personas que, perseguidas por la mala fortuna desde el nacimiento, se vieron obligadas a entretener a los "normales" mediante la exhibición de sus deformidades, por la figura del funambulista suspendido sobre nuestras cabezas, por la música circense archiconocida, que sólo con escucharla ya induce un estado de ánimo especial, romántico y poético, por el Circo, en definitiva, de allá por los años 20.

domingo, 22 de junio de 2008

Respecto a la anterior historia...

... que había estado escribiendo por partes, me temo que voy a tener que dejarla inacabada. Querría eliminarla -y realmente eso equivaldría a invalidarla totalmente para, posteriormente, borrarla del todo, no sólo del blog, sino también de mí misma-, pero no, no voy a hacer eso. No puedo hacer eso. Primero, porque no existe el crimen perfecto, y segundo, porque las historias se pueden borrar, romper, quemar o enviar a la papelera de reciclaje (el limbo de los archivos no deseados), pero las sensaciones, pensamientos e ideas que inspiran dichas historias permanecen. Y no sólo permanecen, sino que los muy cabrones suelen aparecerse por las noches, en forma de fantasma, de indigestión o de tristeza súbita que no se va ni con un alegre vasito de leche nocturno en jarrita de cristal, ni con pastillitas de felicidad, ni con un sueño reparador de doce horas. Hace tiempo que me di cuenta de eso. "Mejor fuera que dentro", como decía Shrek, sólo que él se refería a otra cosa, me pareció entender.

Pero no quiero continuar la historia también por varias razones -no os podréis quejar, lectores que vagáis por este mundo surrealista que llamamos internet, de que no traigo las cosas bien argumentadas-, y esas razones son, por partes también, primera, que no tiene sentido seguir caminando cuando, en una calle sin salida te topas contra el muro (de la realidad), segunda, que me estaba poniendo demasiado cursi y ñoña -y eso es porque hay temas que tal vez no debieran tocarse, ni siquiera para hacer historias-, y tercera y más importante, que he fallado estrepitosamente, tanto en las maneras como en la intención, y es que no necesito historias a modo de premio de consolación y mucho menos puedo permitírmelas. Y ya está. Ahí quedarán esas dos partes a modo de recordatorio, pero siento que me quito un peso de encima al retirarme, ya que desde hace semanas me apetecía volver a escribir en el blog y ese cuentito inacabado me lo impedía, mostrándome todo el tiempo su argumento raro y su forma fea.

Y, bien, después de esta "autobronca", esto continúa como lo que era... o eso supongo, porque no tengo ni idea de lo que era. Eh... bueno, que continúa. Y ya está.

jueves, 8 de mayo de 2008

Una tarde para escondernos (relato ficticio) |Segunda parte|

No creo que sea una buena idea, me digo mientras subo las escaleras hacia su piso. Repaso todas las razones por las que no es una buena idea y tienen sentido. Lo que no tiene sentido es que yo ya haya llegado a la puerta y que él me reciba con la misma cara de siempre: como alguien que no ha dormido en varios días, como alguien que tiene demasiadas cosas en la cabeza, que dedica un rato todas las noches a rondar abismos, con una devoción pasmosa, sin perder un solo segundo en pensamientos alegres. Lo más curioso de todo esto es que él es una persona en esencia triste, uno de los más tristes que conocí y que, probablemente, es esa tristeza lo que más me interesa de él y, sin embargo, la primera vez que noté su presencia fue aquella vez que me sonrió. Y, ahora, recordando esa primera vez que me sonrió, todas y cada una de las veces que le he visto sonreír –casi, casi se pueden contar con los dedos de una mano-, por fin sé por qué estoy aquí, por qué sigo enamorada de él, a pesar de todo, a pesar de que nada de esto es una buena idea.

La conversación discurre por los senderos conocidos, un poco de esto y de aquello aunque nada demasiado trascendente o demasiado impresionante. Y es totalmente normal, ya que otra de las peculiaridades de nuestra relación, como una de esas reglas no escritas que existen en todas las relaciones, es que las cosas importantes solamente se dicen en tierra de nadie y “tierra de nadie” solía ser ese bar bonito y pijo cerca de mi casa. Sólo allí nos dedicábamos a desnudarnos el alma si nos daba la gana pero, no hace falta ni mencionarlo, ir a su casa significaba tener que desnudar otras cosas más tangibles. Sin problema. El sexo sin relación siempre trae menos problemas que la relación sin sexo, y lo sé por experiencia. Genial, pienso, voy a retener esta idea. El pensamiento me envalentona: al fin y al cabo, me digo, sólo es sexo, sólo es sexo... y lo repito como un mantra mientras él me dice no sé qué... sólo es sexo, sólo...

¿Te quiero?

Lo ha dicho, podría jurarlo, porque yo repetía el mantra y de repente he oído las dos condenadas palabras. Y no he sido yo, de veras que no. Ni siquiera tengo la excusa de pensar que he entendido mal porque lo he entendido perfectamente, igual que aquella vez que me dijo que estaba enamorado de mí y yo me hice un lío y no puedo recordar ni lo que le contesté porque, ¡demonios!, el muy maldito siempre me dice esas cosas cuando yo no estoy preparada para oírlas y ahora, mientras me mira, sé que otra vez está rondando por esos abismos suyos a los que tiene tanto cariño y sospecho que es mejor que me quede callada, así, como si no hubiese oído, porque nada es como debería ser. Lo que quiero decir es que no sé en qué momento algo parecido al amor se coló en nuestra relación de “sólo sexo”. Jodido amor, siempre estropeándolo todo.

Decido que voy a ignorar lo que ha dicho y me siento mejor. Y es que el autoengaño sólo tiene mala prensa: a veces resulta de lo más reconfortante.

(Continuará...)

miércoles, 23 de abril de 2008

No puedo creerlo...

...se ha casado...

En realidad, sí, sí lo creo. Sabía que iba a pasar, pero lo cierto es que no pensaba enterarme. No quería enterarme.

Hace unos días soñé que una amiga me decía que cierto chico que conocemos se iba a casar. Hoy esta misma amiga me ha contado que otro chico distinto, del que yo me enamoré en el pasado, está casado ahora. Y yo aún trato de digerir la noticia porque, aunque no me concierne en absoluto, siento como un pinchazo, un dolorcillo tenue, apenas perceptible, pero constante.

Pero en realidad no me concierne. No, en absoluto.

jueves, 17 de abril de 2008

Una tarde para escondernos (relato ficticio) |Primera parte|

Una mañana, demasiado pronto, todavía duermo. Suena el móvil y yo no quiero revivir aún: lo dejo sonar, eternamente, para siempre. Para siempre no, sólo hasta que esté lista pero, aunque nunca lo estoy, nunca lo estaré, lanzo una mano desorientada hacia la mesilla, cojo el móvil, miro quién demonios puede estar llamando. *Número desconocido*. El último trozo del último sueño todavía parpadea, me llama, pidiendo atención. Sin embargo, contesto: Una voz conocida, desde un número desconocido.

"¿Por qué me llamas?", pienso. "¡Cuánto tiempo!", digo.

Una cita, o algo así. Quedar para un café, en su casa, como en los viejos tiempos -no tan viejos-. No habrá nadie...

"¿No habrá nadie?", pienso, llena de confusión. Pero no digo nada.

"Sí, sí", balbuceo finalmente. Cuelgo. Me doy la vuelta en la cama y me convenzo de que ha sido un sueño, sólo un sueño.

Recobro la consciencia dos horas más tarde. Recuerdo un sueño raro que he tenido. Él me llamaba, quería que nos viésemos en su casa a las cuatro de la tarde. Río. ¿Tanto le echo de menos que hasta sueño que me llama? (Una voz suena en mi cabeza y también ríe. Se ríe de mí).

Quedan un par de horas y estoy inquieta. No parece un sueño, pero no puede ser otra cosa. Imposible, absolutamente imposible que... ¡demonios! Si le llamo, ¿qué es lo peor que puede pasar? Ah, sí, hay algo que puede pasar, algo que no me gusta, pero me gusta aún menos la incertidumbre.

Quince minutos más tarde: he descubierto que no fue un sueño...

(Continuará...)

lunes, 14 de abril de 2008

El viaje (segunda parte)

Mmmm, sigo diciendo que cinco días no dan para mucho. Confieso, sin embargo, que en lugar del turismo cultural (ése que consiste en ver museos, monumentos, exposiciones y ese tipo de cosas), yo prefiero lo que acabo de bautizar ahora mismo -porque sí- como "turismo psicológico", es decir, ése que consiste en ver gente y observar lo que hacen, cómo hablan, de qué hablan (si es posible) y, en general, en estudiar comportamientos. Mi ansia de "turismo psicológico" quedó satisfecha porque visité suficientes bares, estaciones de tren y metro, calles y parques como para rumiar comportamientos durante lo que queda de este año y parte del siguiente. También cumplí en cuanto a turismo cultural en el momento en que descubrí el que es, posiblemente, el "monumento" más genial y fascinante que he visto en mi vida (con permiso de mi Venecia onírica, todo un monumento en sí misma). Me refiero a una fuente semiescondida en una de las calles más transitadas del Munich carnavalero que me encontré. No sé absolutamente nada de esa fuente, ni el nombre, ni quién esculpió las figuras, ni el significado -si lo hay-, ni qué demonios hace una fuente como esa en un sitio como aquel. Lo único que sé es que un personaje mofletudo, que bien podría ser un angelillo travieso o un sátiro cabroncete, estaba lanzando un chorro constante de agua a través de su boquita a un muchacho que trataba de protegerse, sin éxito, del líquido elemento. Era tan genial que obligué a mi novio a sacar unas cinco fotos de esa fuente y, gran noticia: como soy ya toda una experta en esto de encontrar cosas raras en Google, he hallado finalmente el nombre (Brunnenbuberl) y un link donde podéis ver una foto y alguna información básica sobre la fuentecita: http://commons.wikimedia.org/wiki/Image:Brunnenbuberl_am_Karlstor_Muenchen-1.jpg

No digo que no haya otras cosas chulis en Munich, por supuesto. La Chinesischer Turm (Torre China) en el Englischer Garten es un lugar muy bonito también. Hay una especie de... bueno, llamarlo restaurante sería mucho; yo creo que es más bien como un Biergarten, justo al lado. Esto es, te puedes sentar ahí, en unas mesitas al aire libre, junto a la torre, y beberte una jarra de cerveza más grande que yo y comer lo que te apetezca en cuanto a especialidades bávaras. Yo me quedé con las ganas de comer allí un día porque hacía muchísimo frío y como que no había ganas, por muy atrayentes que fuesen los Pretzel de cinco kilos (bien, exagero, pero no tanto). Ese parque, el Englischer Garten, es bonito incluso en invierno, así que en verano tiene que ser muchísimo mejor. Seguro que un verano de estos podré confirmarlo.

Y, bien, en cuanto a turismo psicológico (bares, tiendas y otros sitios públicos) diré que estoy plenamente satisfecha de mi experiencia también. Hay allí un bar donde dejé un trocito de mi corazón porque me daban de comer lo que me apeteciese incluso a las 2 de la madrugada. No había pasado tanta hambre en mi vida desde que estuve en Inglaterra, por cierto, y eso que comí el doble que aquí, seguramente, sólo que a horas muy extrañas para mí y supongo que todo influye. En fin, el hecho de que te preparen un plato enorme de patatas fritas o una hamburguesa "sin nada de nada" a las tantas de la madrugada me conquistó. Ese bar, el Löwenbräu, que no se llama así en realidad pero al que yo bauticé así porque había un cartelón anunciando esa marca de cerveza en la puerta, fue mi salvación en mis momentos de hambruna salvaje y por eso le dedico este párrafo. También había otros bares, claro, por la zona, sólo que no eran como mi querido Löwenbräu. Aun así, en el famosísimo Hofbräuhaus cenamos de maravilla y merendamos muy bien también en el hermano gemelo malvado del Hofbräuhaus (esto es un chiste personal... es que cuando estuve allí, como no había manera de acordarme del nombre de los sitios, los rebautizaba yo con el nombre que me daba la gana para así poder referirme a ellos de alguna manera), merendamos muy bien allí, como decía, a pesar de que cometieron el crimen de poner mostaza en mi plato de pretzel y salchichitas. Pero aparté lo comestible y la sangre no llegó al río. Lo mismo me ocurrió en un McDonalds, por cierto, y me negué a comer la hamburguesa mancillada. Odio la mostaza. Fue en el hermano gemelo malvado, además, donde la primera nativa se puso a hablar conmigo espontáneamente, primero en bávaro y después, al ver mi cara de confusión, supongo, en inglés. Me gustó el sitio porque parecía que allí se conocían todos (y es que así era, y la nativa me lo confirmó) y había un ambiente muy relajado, muy amigable. Había también allí un chico guapísimo, por cierto, del que supe el nombre y nada más porque no hacía más que mirarme sonriendo, pero no me dijo una sola palabra (lástima).

Por cierto, que ese lugar estaba en lo profundo del parque (o esa sensación me dio) y al día siguiente de ir allí me dolía un pie y tenía que ir coja. Resultado: una tendinitis que me obligó a cojear por todo Munich durante un día, por todo Madrid el día que regresábamos y también aquí, durante unas dos semanas, anduve coja. Pero mereció la pena. De verdad.

En fin, me he dejado muchísimas cosas en el tintero -el piso en que nos alojamos, que era curiosísimo, los larguísimos viajes en tren/metro/autobús, que me fascinaron, los alemanes, que también me fascinaron, el día en que conocí a un "famoso" (sólo que parece ser que es famoso allí, y no aquí... la historia de este hombre sí que era extraña, por cierto) y un montón de anécdotas. Y muchísimas fotos también que, por desgracia, todavía no tengo en mi pc. Pero así queda una crónica sencillita y no demasiado larga, espero.

Sólo me queda añadir que quiero volver lo más pronto que pueda porque aún me quedé con ganas de muchas cosas. Además, ya no es tan difícil ahora como lo era antes de ir. En ese sentido, os lo aseguro, estoy de lo más tranquila.

domingo, 6 de abril de 2008

Paréntesis

Hago un paréntesis en el relato de mi viaje para escribir una pequeña anotación (que no tiene nada que ver con... casi nada, en realidad).

Estoy liada de nuevo con el proyecto de sueño lúcido (ah, es una constante en mi vida, como conducir por una carretera en forma de círculo) y, ahora, pensando en el tema de volar en sueños o de volar, simplemente, he recordado... no, no he recordado, sino que me ha dado por traer de nuevo delante de mis ojos un recuerdo que tengo desde que era pequeña, muy pequeña. Evidentemente es un recuerdo falso pero, jolín, hasta da la impresión de ser real. De niña me gustaba bajar las escaleras en lugar de tomar el ascensor, y me acuerdo que me entrenaba para saltar muchas escaleras de una vez, primero dos, luego tres y así sucesivamente. Y tengo el recuerdo de haber saltado, en más de una ocasión incluso, una burrada de escaleras, prácticamente como si estuviese volando. Más o menos el recuerdo es que de pequeña volaba (sí, sí, es una idiotez, pero así es el efecto del paso del tiempo sobre los recuerdos). No sé. En "Levantad, carpinteros, la viga del tejado", Buddy recibe una carta de su hermana Boo Boo en la que ésta le escribe que la niña (Franny) había estado contando en el programa de los niños sabios cómo de muy pequeña volaba por el apartamento, y que sabía que era así porque después tenía en los dedos el polvo de las bombillas.

En todo caso, y exceptuando las veces que he montado en avión, sólo he volado una vez, y fue precisamente en un sueño lúcido (fue genial, por cierto).

Eso era todo.

sábado, 5 de abril de 2008

El viaje (primera parte)

Quisiera haber tomado notas y prometo que ésa era mi intención en un principio, pero se quedó en eso, en intención. Una buena señal, diría, porque los únicos momentos en que no escribo son cuando me lo estoy pasando muy bien o cuando lo estoy pasando fatal. En Alemania sucedió lo primero.

No hay demasiado que contar, en realidad. Lo cierto es que yo tenía mil planes, quería ver mil cosas y hacer otras tantas y, al final, además de que no vi ninguna de esas cosas, me di cuenta de que el tiempo pasa rápido, demasiado rápido. Irónicamente, desde que estoy aquí parece como si hubiesen pasado cien años desde aquel viaje. Pero eso no significa que me aburriese o que me arrepienta de algo -pienso volver, en todo caso-; más bien al contrario, es otra buena señal. Hubiese podido pasar una vida entera allí sin quejarme, sin extrañar nada (o casi nada... en realidad).

Bien, salimos muy pronto por la mañana en el tren hacia Madrid. Apenas recordaba ya las violentas sacudidas, la sensación de viajar en diligencia por el lejano Oeste, el feliz traqueteo... Como nota al pie os diré, si no lo mencioné ya alguna vez, que soy enemiga declarada de los autobuses, y no cambiaría nada del viejo tren, ni el incesante movimiento, ni el ruido infernal, ni los servicios donde tienes que casi convertirte en Spiderman para poder agarrarte a algo y no caer en el intento, por ninguna de las comodidades de un autobús, por muy ultralujoso o hipermoderno que sea. Soy una romántica, sí, y bien orgullosa de ello. El caso es que en el tren me dio por hacer el payaso. No es raro, tratándose de mí, pero lo menciono porque significa que lo pasé bien. La última media hora tal vez aburrida. Pensaba en Madrid, mmm, demasiado ajetreo para mí, demasiada prisa, demasiadas complicaciones. No conozco Madrid lo suficiente como para hablar de la ciudad en sí, pero sí sé que cada vez que estoy allí siento como si la ciudad me devorase. Es una sensación extraña. En Madrid estuvimos seis horas, repartidas entre la estación de tren, el metro y el aeropuerto y, felizmente, Madrid no me devoró. Aquí estoy, intacta por muchos años, espero.

El avión, después. Mi novio se sentó junto a la ventanilla, yo a su lado. Él me decía: "¡mira, mira!", pero yo no me atrevía a mirar. Al final, estaba literalmente aplastándole para poder ver algo a través de la ventanilla. Impresionante la vista aérea. Y yo, impresionantemente valiente -me sorprende.

Ya de noche, en Munich, salimos del avión para entrar en un tren. Otra media hora de viaje, tratando de descifrar la conversación de nuestros vecinos de asiento que, no tan curiosamente, no hablaban en alemán. Desde luego, es imposible entender algo en un idioma que no conoces, pero así pasé el rato entretenida. Me conformo con poquito. Es curioso, esto sí, que, en los cinco días que estuve, apenas tuve oportunidad de practicar las cuatro palabras de alemán que me sé. Casi todo el mundo se dirigía a mí en inglés y hasta en español (¿?). Incluso mantuve una conversación con un señor en italiano, inglés, bávaro y algunas palabras de español. Y sí, conseguimos entendernos a la perfección. Mi necesidad de comunicación quedó satisfecha gracias al inglés, porque si hubiese tenido que confiar en mi alemán... en fin.

Se hace tarde, pero este post requiere una segunda parte (y puede que una tercera).

Como dijo Terminator aquella vez: "¡Volveré!"

viernes, 1 de febrero de 2008

El momento ha llegado

Tengo la boca totalmente seca y un nudo extraño en la garganta. No importa cuántos vasos de agua beba o las veces que me aclare la garganta: los síntomas persisten -¡y yo empiezo a asustarme!- Llevo tres días fumando sin parar, y el mismo tiempo lleva mi cabeza dando vueltas, también sin parar. No soy capaz de estarme quieta pero estoy tan cansada y, al mismo tiempo, tan agitada que apenas puedo dormir por las noches. No quiero, no quiero, no quiero, pero sí, el momento ha llegado: mañana mi agorafobia y yo nos vamos a Alemania.

Una crónica acerca de mi viaje cuando regrese (si es que regreso).

Deseadme suerte, que la voy a necesitar.



(Tengo miedo)

viernes, 18 de enero de 2008

Palabras

Soy adicta a los foros de internet, debo confesarlo. Lo que me gusta es leerlos, en realidad, porque soy demasiado inconstante para participar activamente -y dado que leo tantísimos foros distintos, ya sea habitual u ocasionalmente, me sería imposible hacerlo de todos modos. He leído, pues, foros con todo tipo de temáticas ya que curioseo allí donde me es posible hacerlo y los foros se prestan para el curioseo inocente. Es más, me alucina que existan foros para casi todo, para cualquier cosa que se me pase por la imaginación, y eso que mi imaginación se supera a sí misma constantemente.

Podría comentar la rara sensación que deja eso de saber cosas, a veces incluso muy íntimas, de una persona -o un nick- sin que esa persona sepa siquiera que existes -lo mismo nos ocurre a los que escribimos blogs, desde luego, y en eso consiste la cosa, supongo. Y tal vez algún día me dé por escribir una entrada acerca de esto, pero hoy quiero hablar de otro tema distinto: sucede que en la mayor parte de los blogs de temática pareja, amor, relaciones, sentimientos... y todas estas cosas, los mensajes se repiten constantemente. Cosa muy lógica, por otra parte, porque uno que escribe en estos foros lo hace normalmente para pedir consejo si la cosa va mal con el novio/la novia, el/la amante, etc, o para declarar su estado de absoluta felicidad porque las cosas marchan estupendamente en su relación. Y, entonces, otra cosa lógica: las respuestas suelen ser también siempre clavadas. En un caso de ruptura, se aconseja olvidar, cerrar ciclos, no sufrir porque al fin y al cabo el fulanito o la fulanita que te dejó es malvado, o no sabe lo que se pierde, y hay mucha gente en el mundo, y ya verás como enseguida, ¡puf!, todo terminó y eres feliz de nuevo, encuentras a alguien más, y cosas similares. En caso de declararse uno en el éxtasis de la felicidad, la gente, con toda amabilidad, se unirá para compartir esa felicidad y se declararán encantados de verte tan bien, en este momento tan pleno de tu vida, etc, etc. Bueno, es bonito, la verdad. Y supongo que tiene sentido porque si no la gente no escribiría buscando consejo/consuelo/reafirmación o lo que sea que cada uno busque. Pero resulta que yo ahora mismo estoy en un momento escéptico, en uno de esos momentos de ceño permanentemente fruncido y las palabras -que no las intenciones amables- me suenan vacías, me resultan extrañas, como cuando repites una de ellas, una palabra, quiero decir, un montón de veces y al final te da la sensación de que esa palabra y tú no os conocéis de nada.

No sé... a mí me gusta arreglarlo todo con palabras. Escribir me encanta y hablar, cuando no me lo impide mi carácter, me gusta incluso más, pero algunas veces las muy malditas me decepcionan profundamente. Es un problema, en internet sobre todo, encontrarte con que tienes que arreglar algo y sólo lo puedes hacer por escrito, cuando seguramente una mirada sería muchísimo más elocuente. Otras veces me da la sensación de que faltan palabras, de que se deberían inventar más, porque no es suficiente con las que hay. Ya, de acuerdo, ya me sé lo de la economía lingüística; es más, no sólo lo sé, sino que además estoy muy de acuerdo con esa tendencia a economizar que tienen los idiomas (menos el alemán... tal vez soy injusta, pero ese idioma me crispa los nervios, entendedme), pero, no sé, palabras como "tristeza" o... bueno, todas las que se refieren a sentimientos, en realidad, se quedan cortas. ¿Existe sólo una clase de tristeza? ¿Varía la tristeza según la persona que la sienta? Tal vez sí, tal vez cada ser humano sienta la tristeza de una manera distinta. ¡O tal vez no! Quiero decir, igual somos todos muy parecidos en eso, en la forma de sentir, pero yo la verdad es que no tengo ni idea. En la burbuja, una no se entera de estas cosas. En la burbuja, una siente la tristeza como la siente, y hasta puede sentir, algunas veces, la de los demás, pero a su manera, desde luego. ¿Y cómo puedo saber de la tristeza de los demás, o cómo puedo explicar la mía propia, si no encuentro palabras para describirla con toda exactitud?

Ya conozco la respuesta, de todos modos. La exactitud no sirve de mucho en estos casos. Igualmente, las mismas palabras que escuchas todos los días suenan distintas en diferentes voces, en diferentes labios. O tú mismo eres distinto cada vez... Qué bobada. Caigo en obviedades constantemente, y no me doy cuenta hasta después de escribir varios párrafos (muy enredados, por cierto).

Pero bueno, aquí está y aquí se queda. Por si acaso.

miércoles, 16 de enero de 2008

La insoportable gravedad de ser yo

A pesar de que lo parezca, no tengo ganas de dejar el blog abandonado a su suerte. El ciberespacio es grande y comprendo los temores que eso pudiera ocasionarle (a mi blog). Y, aunque sólo aparezca en persona de Pascuas a Ramos, podéis creerme si digo que me hallo presente en espíritu en todo momento. Sí, así, con ruido de cadenas incluido -o esa sensación tengo. En fin, en todo caso, ¿qué más da? Lo bueno de todo esto es que no soy consciente de si alguien me lee o no y, de veras, lo prefiero así.

Tras unas Navidades para olvidar, he decidido dar un paso... bien, enorme, porque yo soy así, en términos generales: o no hago nada de nada, o quiero hacerlo todo de una vez. Así que estoy en conversaciones conmigo misma para convencerme de subirme a un avión rumbo a Alemania. Rumbo a Munich, más concretamente. El hecho en sí no tendría mayor importancia si no fuese porque a) aún no tengo los billetes -con lo cual, en teoría, todavía podría echarme atrás- y ya me muero de miedo, b) aún quedan unas tres semanas y ya he notado dificultades para dormirme por la noche -bendita Dormidina-y c) no tengo ni idea de cómo resolver la parte "técnica" de la cosa. Hablo específicamente del "chute" de medicamentos que me meteré, ya que no sé si convendría hincharme a ansiolíticos antes del viaje en tren -el inconveniente de esto es que no puedo caminar por Madrid si estoy dormida, y más bien me parece necesario estar alerta en dicha situación- o si tomármelos antes de subirme al avión, con lo cual quedaría totalmente desprotegida (o en bragas, dicho así, coloquialmente) para el viaje en tren. Claro, pienso que la solución es, o bien tomar los ansiolíticos antes del tren y antes del avión -no tengo claras cuáles podrían ser las consecuencias-, o bien no tomar ansiolíticos en ningún momento y aguantarme el miedo todo el viaje. Hay una tercera opción -la cuarta es no ir, simplemente-, que consistiría en decirle a mi novio que me golpee la cabeza con un objeto contundente antes del tren y se ocupe de mí durante todo el trayecto -al hospital-, pero esto tiene sus claras desventajas, desde luego, en caso de que pudiese convencerle de dejarme K.O. -y es que él nunca lo haría.

Lo que más me fastidia es que ésta es una oportunidad buenísima en todos los sentidos, y me decepcionaría mucho echarme atrás. El viaje sería corto, algo menos de una semana, con lo cual, en principio, casi ni me daría tiempo de echar de menos mi casa. Además de eso, podría asistir al Carnaval de los alemanes -Fasching para ellos- que, por lo que he oído, es un espectáculo digno de verse. Podría también practicar mi espantoso alemán en vivo y hasta aprender algo del pintoresco dialecto bávaro -que sí, que esto puedo hacerlo también con mi novio... pero vaya, no es lo mismo-, y además de todas estas ventajas, la ventajas típicas de cualquier viaje: nuevos parajes, nuevas personas -¡alemanes, ni más ni menos!-, nuevas costumbres, nueva cerveza... y hasta, ¿por qué no?, nuevos temas para este santo blog que tanta paciencia me tiene. Los inconvenientes, por otra parte, están igual de claros: ¡No quiero ir, demonios! Quiero ir a mi rincón y darme cabezazos contra las paredes blanquitas, acolchaditas... sí, ésas.

Iré, sí, sí, sí, porque dentro de dos días reservamos los billetes y mi novio me preguntará que qué he decidido finalmente, y entonces yo le diré que no me da la maldita gana de ir, así, en tono agresivo-despectivo, pero él pasará de mí -y bien que hará, porque sabe que en el fondo lo estoy deseando- y me reservará un billete, y entonces ya pasará a ser un tema de euros, con los que no se puede jugar mucho, y me veré obligada a ir, claro, porque si voy me moriré de miedo, pero si no voy, perderé varios de esos valiosos euros -soy una materialista, me estoy dando cuenta-, y ya lo siguiente será del todo pesadillesco: me despediré de poder volver a dormir a pierna suelta hasta mediados de febrero como mínimo -o más tiempo, si el viaje me traumatiza-, odiaré a mi novio "para siempre" hasta que llegue el momento de volver a casa y yo anuncie -porque soy una conformista dentro de mi inconformismo- que yo me quiero quedar en Alemania "para siempre" y que no me da la real gana de volverme a España, que no se me ha perdido nada allí, y que me deje en paz, coño. O algo así es lo que preveo que pasará.

Lo voy a dejar aquí porque ya he conseguido aburrirme a mí misma (lo que no tiene mucho mérito tampoco), y no tengo ganas de escucharme más. Ya os iré anunciando -¡hola, posibles lectores, despistados varios que llegasteis aquí por cualquier motivo y gentes en general!- si hay noticias. Que las habrá, ¡maldita sea!