Mmmm, sigo diciendo que cinco días no dan para mucho. Confieso, sin embargo, que en lugar del turismo cultural (ése que consiste en ver museos, monumentos, exposiciones y ese tipo de cosas), yo prefiero lo que acabo de bautizar ahora mismo -porque sí- como "turismo psicológico", es decir, ése que consiste en ver gente y observar lo que hacen, cómo hablan, de qué hablan (si es posible) y, en general, en estudiar comportamientos. Mi ansia de "turismo psicológico" quedó satisfecha porque visité suficientes bares, estaciones de tren y metro, calles y parques como para rumiar comportamientos durante lo que queda de este año y parte del siguiente. También cumplí en cuanto a turismo cultural en el momento en que descubrí el que es, posiblemente, el "monumento" más genial y fascinante que he visto en mi vida (con permiso de mi Venecia onírica, todo un monumento en sí misma). Me refiero a una fuente semiescondida en una de las calles más transitadas del Munich carnavalero que me encontré. No sé absolutamente nada de esa fuente, ni el nombre, ni quién esculpió las figuras, ni el significado -si lo hay-, ni qué demonios hace una fuente como esa en un sitio como aquel. Lo único que sé es que un personaje mofletudo, que bien podría ser un angelillo travieso o un sátiro cabroncete, estaba lanzando un chorro constante de agua a través de su boquita a un muchacho que trataba de protegerse, sin éxito, del líquido elemento. Era tan genial que obligué a mi novio a sacar unas cinco fotos de esa fuente y, gran noticia: como soy ya toda una experta en esto de encontrar cosas raras en Google, he hallado finalmente el nombre (Brunnenbuberl) y un link donde podéis ver una foto y alguna información básica sobre la fuentecita: http://commons.wikimedia.org/wiki/Image:Brunnenbuberl_am_Karlstor_Muenchen-1.jpg
No digo que no haya otras cosas chulis en Munich, por supuesto. La Chinesischer Turm (Torre China) en el Englischer Garten es un lugar muy bonito también. Hay una especie de... bueno, llamarlo restaurante sería mucho; yo creo que es más bien como un Biergarten, justo al lado. Esto es, te puedes sentar ahí, en unas mesitas al aire libre, junto a la torre, y beberte una jarra de cerveza más grande que yo y comer lo que te apetezca en cuanto a especialidades bávaras. Yo me quedé con las ganas de comer allí un día porque hacía muchísimo frío y como que no había ganas, por muy atrayentes que fuesen los Pretzel de cinco kilos (bien, exagero, pero no tanto). Ese parque, el Englischer Garten, es bonito incluso en invierno, así que en verano tiene que ser muchísimo mejor. Seguro que un verano de estos podré confirmarlo.
Y, bien, en cuanto a turismo psicológico (bares, tiendas y otros sitios públicos) diré que estoy plenamente satisfecha de mi experiencia también. Hay allí un bar donde dejé un trocito de mi corazón porque me daban de comer lo que me apeteciese incluso a las 2 de la madrugada. No había pasado tanta hambre en mi vida desde que estuve en Inglaterra, por cierto, y eso que comí el doble que aquí, seguramente, sólo que a horas muy extrañas para mí y supongo que todo influye. En fin, el hecho de que te preparen un plato enorme de patatas fritas o una hamburguesa "sin nada de nada" a las tantas de la madrugada me conquistó. Ese bar, el Löwenbräu, que no se llama así en realidad pero al que yo bauticé así porque había un cartelón anunciando esa marca de cerveza en la puerta, fue mi salvación en mis momentos de hambruna salvaje y por eso le dedico este párrafo. También había otros bares, claro, por la zona, sólo que no eran como mi querido Löwenbräu. Aun así, en el famosísimo Hofbräuhaus cenamos de maravilla y merendamos muy bien también en el hermano gemelo malvado del Hofbräuhaus (esto es un chiste personal... es que cuando estuve allí, como no había manera de acordarme del nombre de los sitios, los rebautizaba yo con el nombre que me daba la gana para así poder referirme a ellos de alguna manera), merendamos muy bien allí, como decía, a pesar de que cometieron el crimen de poner mostaza en mi plato de pretzel y salchichitas. Pero aparté lo comestible y la sangre no llegó al río. Lo mismo me ocurrió en un McDonalds, por cierto, y me negué a comer la hamburguesa mancillada. Odio la mostaza. Fue en el hermano gemelo malvado, además, donde la primera nativa se puso a hablar conmigo espontáneamente, primero en bávaro y después, al ver mi cara de confusión, supongo, en inglés. Me gustó el sitio porque parecía que allí se conocían todos (y es que así era, y la nativa me lo confirmó) y había un ambiente muy relajado, muy amigable. Había también allí un chico guapísimo, por cierto, del que supe el nombre y nada más porque no hacía más que mirarme sonriendo, pero no me dijo una sola palabra (lástima).
Por cierto, que ese lugar estaba en lo profundo del parque (o esa sensación me dio) y al día siguiente de ir allí me dolía un pie y tenía que ir coja. Resultado: una tendinitis que me obligó a cojear por todo Munich durante un día, por todo Madrid el día que regresábamos y también aquí, durante unas dos semanas, anduve coja. Pero mereció la pena. De verdad.
En fin, me he dejado muchísimas cosas en el tintero -el piso en que nos alojamos, que era curiosísimo, los larguísimos viajes en tren/metro/autobús, que me fascinaron, los alemanes, que también me fascinaron, el día en que conocí a un "famoso" (sólo que parece ser que es famoso allí, y no aquí... la historia de este hombre sí que era extraña, por cierto) y un montón de anécdotas. Y muchísimas fotos también que, por desgracia, todavía no tengo en mi pc. Pero así queda una crónica sencillita y no demasiado larga, espero.
Sólo me queda añadir que quiero volver lo más pronto que pueda porque aún me quedé con ganas de muchas cosas. Además, ya no es tan difícil ahora como lo era antes de ir. En ese sentido, os lo aseguro, estoy de lo más tranquila.