Image Hosted by ImageShack.us




Querido Y Viejo Tigre Que Duerme:

miércoles, 1 de agosto de 2007

Y todavía es verano

Noches de insomnio, calor, preocupación, dudas, oscuridad. Noches eternas, infames, terroríficas, atravesadas por rayos de desesperación intermitentes.

Pero no hablaré de nada de ello y todo desaparecerá.

Debería estar tumbada en la cama, leyendo, en lugar de estar aquí, preocupándome. Después de haber devorado ya muchas historias de los detectives que se han convertido en mis amigos nocturnos estos últimos meses -Holmes, Poirot, el Padre Brown, Miss Marple-, quiero regresar a los clásicos. A lo que yo llamo clásicos. Y mi definición no ha de coincidir forzosamente con la de nadie.

¿Qué es un clásico -para mí-? Es una historia que deja -en mí- una huella indeleble, de las que marcan el presente, el momento preciso en que mis ojos recorren las líneas, el futuro, que ya nunca podrá ser el que iba a ser -qué paradoja tan deliciosa para una determinista como yo- e incluso, y esto es seguramente lo más importante, me reinventan pasado. Un clásico puede ser algún oscuro libro escrito por un autor semidesconocido hace tres o cinco años, o uno en cuya contraportada nunca dejaría de aparecer la palabra, tan sugerente, tan biensonante, "clásico". Tienen otras características, entonces, y no sólo que "resistan el paso del tiempo". Al fin y al cabo mi tiempo aquí es limitado, como el de todos.

Bien. Hoy visité una librería. Pasé largo rato en la sección de los clásicos, pero nada había cambiado desde la última vez, salvo una pérdida. "Crimen y Castigo", en edición pequeñita, de bolsillo, había desaparecido. (Y ahora me da lástima no haber sido yo quien se lo llevara a casa). Pero, volviendo al tema, es posible que yo tenga un defecto de fabricación porque la literatura escrita en mi país me aburre soberanamente. A duras penas pude interesarme por alguno de los libros de lectura obligatoria en el instituto -excluyo el que leí de Valle Inclán y el de Baroja, el fantástico "El Árbol de la Ciencia" que, no sé por qué, siempre ha estado y siempre estará asociado en mi mente con "El Extranjero", de Albert Camus-, y para mis lecturas siempre escojo a autores extranjeros. Como digo, es posible que sea un defecto mío de fábrica, pero he comprobado, con un cierto hastío ya familiar, y hasta con un suspiro de resignación, que la sección de clásicos de la librería estaba repleta de libros españoles. Y apenas nada más. Así que me he marchado de allí con las manos vacías, después de repasar rápidamente las otras estanterías, sabiendo que no iba a encontrar nada de Anaïs Nin, o de Dostoievski, y que de Henry Miller sólo tendrían los Trópicos. Yo también los tengo.

Son aburridas, las tiendas. Lo sé porque llevo un par de meses en plan compradora compulsiva -y ya tengo el motivo medio analizado, incluso- y todavía no he visto nada, en ninguna, ni de libros, ni de ropa, ni de nada, que me haya hecho abrir los ojos de par en par o mover la cabeza de arriba a abajo con sonrisa de satisfacción o de estupefacción. Las tiendas son como los días de verano, que ya se sabe lo que traen consigo: menos ropa, más calor, playas, piscinas, helados... Las tiendas, en esta época, son un refugio para paseos solitarios, cuando sabes que es muy posible que el día no te ofrecerá ya nada interesante.

Me voy... Me callo, quiero decir. Mis últimas entradas han sido... sí, me doy cuenta. Comprendedme, es el verano. Y en verano es como si todos los días fuesen domingo. Qué ganas tengo de que comience a hacer frío de nuevo y los días no sean tan largos ni las noches tan insomnes.