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Querido Y Viejo Tigre Que Duerme:

sábado, 31 de marzo de 2007

Uncle Wiggily in Connecticut

La nostalgia es un sentimiento afilado. Los recuerdos, cubiertos por la pátina que otorga el tiempo, tienen la capacidad de hacernos revivir los mismos sentimientos que una vez experimentamos pero, y esto es lo desconcertante, en la ausencia de los hechos que los provocaron. En fin, recordar es peligroso. Nos expone a los riesgos de subirnos a una montaña rusa emocional cuya trayectoria no podemos conocer de antemano. Recordar es, definitivamente, una cosa muy delicada.

Más todavía si en nuestro pasado hay un amante (amor) muerto. Y en casi todos los pasados, me atrevo a afirmar, permanece ese fantasma que, aunque muerto –y recordando que hay muchas formas de estar muerto, no sólo la más literal-, se niega a desaparecer de nuestro lado y le tenemos que hacer un hueco en nuestra pequeña cama o reservarle una silla en la mesa. Porque a veces no se puede hacer otra cosa. Es lo que pasa con los fantasmas: se dedican a ocupar todo el espacio que pueden y, aun siendo incorpóreos y todo, es increíble lo bien que se les da.

Otro de los peligros de recordar el pasado –y quisiera pasar por aquí sólo de puntillas, aunque no creo ser capaz- es la inevitable tendencia a compararlo con el presente. Es curioso cómo el pasado, siempre bajo la luz –o la penumbra- del presente, está lleno de esperanzas y promesas, de sueños a realizar, de la vaga impresión de que en algún momento impreciso, casi, casi llegamos a tocar el cielo con las manos, y cómo el presente contiene la certeza, la terrible certeza de que en otro momento igual de impreciso todo aquello huyó de nuestras vidas, y ya no quedan promesas, ni sueños, ni nada de nada, y ante nosotros, al final, flota una pregunta –cualquier pregunta, aunque todas con la misma abrumadora carga emocional- que debemos escupir de inmediato:

-Mary Jane. Escúchame. Por favor -dijo Eloise, llorando-. ¿Te acuerdas de nuestro primer año y de que yo tenía ese vestido marrón y amarillo que había comprado en Boise, y que Miriam Ball me dijo que en Nueva York nadie usaba vestidos como esos, y yo lloré toda la noche? -Eloise sacudió el brazo de Mary Jane-. Yo era una buena chica -suplicó-. ¿No es cierto?

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sábado, 24 de marzo de 2007

Just before the war with the Eskimos

En el universo de Salinger, lo más normal y cotidiano que te puede suceder es entrar en una casa ajena, sentarte en el salón y que de repente aparezca en escena un tipo en pijama que se ha cortado un dedo hasta el hueso. Lo próximo que hará es contarte media vida, llamar snob a tu hermana y darte la mitad de su bocadillo de pollo, obligándote a comértelo.

Siempre he pensado que la gracia de este cuento, la gracia de muchos de los relatos de Salinger es que narran sucesos mínimos, aparentemente sin importancia, salpicados de otros tantos pequeños detalles intrascendentes. En realidad, cada día me convenzo más de que las anécdotas sin importancia aparente son las que permanecen en la memoria inalteradas durante años y años. Tengo en mi memoria una larga lista de experiencias a primera vista insignificantes que ilustran esta teoría mía. Además, encuentro terriblemente aburridas las grandes gestas, los libros en los que todo lo que ocurre está lleno de movimiento y de historias grandiosas, enormes, tanto como el ego de los protagonistas. En serio, dame a leer una historia sobre un chico que te cuenta que en la próxima imaginaria guerra contra los esquimales sólo serán admitidos los tipos de sesenta años, o sobre otro que afirma que ha visto “La bella y la bestia” de Cocteau ocho veces y yo ya soy feliz. No necesito nada más, no pido mucho más.

Nunca me he parado realmente a pensar por qué me gusta tanto esta historia (posiblemente mi favorita del libro). No creo que tenga mucho sentido pensarlo. Quizás no me importa en absoluto el porqué. Quizás es por mi fijación por los chicos en pijama, con gafas y barba de dos días, o a lo mejor porque yo tampoco sería capaz de tirar el bocadillo a la papelera y conozco bien la sensación. Me siento terriblemente culpable cuando tengo que tirar comida, aunque no tenga malditas ganas de comérmela.


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sábado, 17 de marzo de 2007

The laughing man

Nunca he entendido bien “El hombre que ríe” quizás porque de los nueve cuentos –me atrevo a afirmar ahora, aunque tal vez tenga que comerme mis palabras algún día- es el único que se entiende. La historia del jefe de los Comanches y su novia-ligue-Mary-Hudson tiene un comienzo impreciso. Empieza con una foto que poco a poco se va convirtiendo en parte del mobiliario del desvencijado autobús del jefe, continúa con la imagen de una muchacha à la Salinger, esto es: con abrigo de castor, fumadora de cigarrillos Herbert Tareyton y que “sabía como saludar a alguien desde la tercera base”, y termina con una separación, un abandono y un jefe bastante jodido que decide que el final de su historia romántica ha de coincidir con el final de la historia del hombre que ríe, un freak con características de superhéroe de cómic y, sin lugar a dudas, prototipo de héroe infantil.

El hombre que ríe es un tipo interesante, muy interesante. La descripción del cuento en sí que Salinger nos da es perfecta: “un cuento que tendía a desparramarse por todos lados, aunque seguía siendo esencialmente portátil”. Es un tipo básicamente feo, tan feo que ha de cubrirse con una máscara y que, sin embargo, es “el bueno”, a pesar de asesinar ocasionalmente y robar más que ocasionalmente, nos explica Salinger que es un hombre que ama el juego limpio. Inteligente, brillante en su trabajo y con sus fieles ayudantes, el hombre que ríe es un tipo que cae bien. Da pena tener que presenciar su tristísimo final. Una se queda con las ganas de que el jefe diga en algún momento “no, chicos, todo era una broma. Por supuesto, el hombre que ríe logró sobreponerse, consiguió escapar y se dedicó a buscar más villanos a los que enfrentarse”.

Pero el jefe tuvo que matarlo. Estaba jodido y decidió que el hombre que ríe había de estarlo también. Pobre superhéroe que había luchado contra los mafiosos que le desfiguraron y los había vencido, que había sorteado el peligro en innumerables ocasiones, que era prácticamente invencible. Pobre, que no pudo soportar el conflicto final: murió a causa de un corazón roto.

El último gesto del "hombre que ríe", antes de hundir su cara en el suelo ensangrentado, fue el de arrancarse la máscara.
Ahí terminó el cuento, por supuesto. (Nunca habría de repetirse).


Nunca habría de repetirse...


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sábado, 10 de marzo de 2007

Pensamientos a las 5 am en un local nocturno

Escenario: un bar nocturno cualquiera, en una ciudad cualquiera. 5 de la madrugada.

Personajes: Victoria, sus pensamientos [los verdaderos protagonistas, y ciertamente dotados de vida propia], amigos de Victoria.

La acción transcurre durante unos quince minutos.

Victoria: (visiblemente aburrida, se apoya en una columna y mira la puerta del local como si esperase ver entrar a alguien o a algo que pueda liberarla del sopor provocado por las cuatro-cinco cervezas que se ha tomado. Cualquiera, cualquier cosa: ese actor famoso obsesión-sexoplatónica-del-mes, una horda de uruk-hai dispuestos a cargar contra cualquier cosa que se mueva, una mariposa que sueña ser habitante nocturno que sueña ser mariposa...)

Amiga de Victoria: ¿Qué te pasa?

Victoria: Nada, estoy cansada... pero bien.

Victoria: (llega esta hora y ya no hay nada que hacer. No se puede seguir charlando, no se puede seguir bebiendo, no se puede seguir pretendiendo que uno se lo pasa bien. Lo único que se hace es mirar, mirar, mirar. Y rezar a los dioses para que ocurra algo. O irse a dormir. Entonces, se sigue mirando a la gente que baila, a la gente que bebe, a la gente que charla –ésos son escasos y los más interesantes, porque se les puede mirar con total libertad, sin riesgo de ser descubierta-. Se mira a sus ropas, a lo que cada uno pretende decir sobre sí mismo con su apariencia, sus gestos, su manera de mirar. Y se hacen conjeturas sobre como será su vida una vez que salgan de aquí, una vez que llegue el lunes y se reincorporen a su vida. Porque un local nocturno durante el fin de semana es como un paréntesis en las vidas de la gente. La música está tan alta para que uno no pueda oír ni sus propios pensamientos. El lugar está tan oscuro para que nadie pueda seguir viéndose a sí mismo, con todo lo que eso implica. Y venden alcohol porque... bueno, el porqué es evidente. Ciertamente, es un buen truco, es un truco buenísimo).

Amigo de Victoria: ¿Te apetece tomar algo más?

Victoria: No puedo tomar nada más. Gracias.

Victoria: (unos momentos más y anunciaré que me marcho. Y, hasta entonces, seguir mirando. No está tan mal. Todo el mundo mira a todo el mundo, aunque no conozco las intenciones, las motivaciones de los demás. Sí las mías, desde luego. Las mías nunca cambian. Soy, por naturaleza y por vocación, una observadora. Me gustaría poder leer en los rostros, en las palabras entre líneas. Me gustaría poder tener, en cada momento, la revelación precisa sobre qué es lo importante y qué no lo es. Diseccionar cada gesto, cada palabra, no es tarea fácil y consume demasiado tiempo. Si supiese exactamente adónde tengo que mirar, si supiese qué debo conservar y cómo debo analizarlo, todo sería mucho más fácil. Pero por hoy ya está bien. Ya lo vi todo. Ya empiezo a aburrirme de veras. Está bien, por hoy).

Victoria: ¿Nos vamos?

... Nos vamos.

viernes, 9 de marzo de 2007

Down at the dinghy

Lionel, ¿sabes?, yo ya soy mayor, una señora, ya no soy una niña de cuatro años pero, a veces, como tú, me escapo. Cuando tengo miedo, o cuando me hacen daño. En otras ocasiones también. Es una cosa que los mayores hacen, igual que los niños, escaparse. Lo que pasa es que los mayores no se suben a un bote a la orilla de un lago ni se esconden debajo de las mesas o en otros sitios. Se quedan ahí, donde están. No pueden salir corriendo o esconderse porque los otros mayores los mirarían raro, así que se quedan donde están y hacen como si nada hubiese pasado. Pero, en realidad, lo que han hecho es irse a un lugar muy lejano y muy profundo, al fondo de ellos mismos. Ésa es su manera de escaparse. Algunos, lo notarás, se ponen de mal humor y comienzan a gritar y a poner cara de enfado. Otros te ignorarán, te dirán que te vayas a jugar por ahí y que les dejes tranquilos. A otros los verás llorar, agazapado detrás de una puerta y, cuando les preguntes, te dirán que no están llorando, que se les ha metido algo en un ojo, o alguna excusa semejante que tú no te creerás. Lo que ha ocurrido es que algo les ha dañado, o que hay algo que les da miedo –nunca lo admitirían, sin embargo-, y se han escapado, no hacia fuera, sino hacia dentro. Se han encerrado dentro de ellos mismos. Ésa es la manera de escaparse de los mayores.

****

A veces creo que nadie deja de escaparse, nunca. O de intentarlo. Una vez soñé con una voz que me decía “no puedes escapar”. Sólo eso. No puedes escapar. Y supe que la voz se refería a todo, a todo absolutamente. Pero no he dejado de intentarlo desde entonces. Voy de un rincón a otro de una habitación, en una casa muy grande. A veces huyo hacia otras habitaciones. Pero la casa es lo único que hay, lo único que existe. Una casa tan grande como el Universo. Y de ahí, casi comienzo a aceptarlo, sí que no se puede escapar. Pero la casa es grande, es enorme. Y hay habitaciones que nunca visité, que tal vez nunca tenga tiempo de visitar. Quizás es por eso que los mayores tienden a escaparse al fondo de ellos mismos. Posiblemente, ése sea el único lugar del mundo donde aún hay tierras desconocidas, y el único explorador que puede adentrarse en ellas es uno mismo. Esa posibilidad existe. Mmmm. Quién sabe las cosas que pueden hallarse ahí, lo que a cada uno todavía le queda por ver.


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lunes, 5 de marzo de 2007

Tengo una araña

Ya estaba tardando en escribir algo sobre esas adorables criaturitas que pueblan mis más horribles pesadillas: los insectos, más conocidos por estos pagos como "esos bichos asquerosos".

He descubierto hace un rato una telaraña con alegre propietaria en un rincón de la habitación y no puedo apartar los ojos de esa dirección. No me gustan los bichos por la sencilla razón de que tienen tendencia a ahogarse en las bebidas de la gente y la gente, si no tiene cuidado, al final se traga su bebida con inquilino ilegal incluido. *Casi* me sucedió dos veces el verano pasado y os aseguro que no es una experiencia que me guste recordar. Es decir, puedo vivir en un mundo con bichos siempre y cuando se mantengan alejados de mí y de mis bebidas. Pero a ver cómo les hago entender eso a los bichos...

(Cuando le he dicho a NW. que teníamos compañía, ha comenzado a mencionarme las bondades de las arañas, su afición a comer moscas y mosquitos y cómo él convivió un verano con una que le mantenía la casa limpita, limpita de otros molestos y zumbantes habitantes. Cuando le he preguntado si acaso le puso nombre a su amiga, La Araña, no me ha querido responder. Conociéndole, es probable que lo hiciese).

Mmmm, tengo que buscar un nombre para la mía. Si es que sobrevive.

sábado, 3 de marzo de 2007

For Esmé -with love and squalor

Si Esmé existiese –y, quién sabe, quizás exista- le preguntaría por qué le interesa tanto la sordidez.

Si el Sargento X existiese, le preguntaría –no podría evitarlo- si su nombre de pila es Walt. O quizás Buddy.

Si Charles existiese, le preguntaría por qué sus adivinanzas parecen metáforas.

Niños, de nuevo, tantos niños que no hablan ni como niños ni como adultos, niños que no pertenecen al mundo de los niños, ni a nuestro mundo de adultos, ni a ningún mundo salvo el de Salinger, donde los niños se sabe que son niños porque llevan relojes de pulsera demasiado grandes y porque se dedican a hablar con los adultos y a hacerles sentir incómodos diciendo cosas como sólo las pueden decir estos niños: con total honestidad, con palabras rebuscadas, con una frialdad que a mí se me antoja cálida.

Me pregunto de dónde saca Salinger a sus niños –quizás todos son, siempre sean, el mismo niño reinventado, reescrito. Constantemente revisado-. Y por qué algunos, como Esmé, parecen actuar como un bálsamo:

“You take a really sleepy man, Esmé, and he always stands a chance of again becoming a man with all his fac –with all his f-a-c-u-l-t-i-e-s intact”.

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