Image Hosted by ImageShack.us




Querido Y Viejo Tigre Que Duerme:

miércoles, 23 de abril de 2008

No puedo creerlo...

...se ha casado...

En realidad, sí, sí lo creo. Sabía que iba a pasar, pero lo cierto es que no pensaba enterarme. No quería enterarme.

Hace unos días soñé que una amiga me decía que cierto chico que conocemos se iba a casar. Hoy esta misma amiga me ha contado que otro chico distinto, del que yo me enamoré en el pasado, está casado ahora. Y yo aún trato de digerir la noticia porque, aunque no me concierne en absoluto, siento como un pinchazo, un dolorcillo tenue, apenas perceptible, pero constante.

Pero en realidad no me concierne. No, en absoluto.

jueves, 17 de abril de 2008

Una tarde para escondernos (relato ficticio) |Primera parte|

Una mañana, demasiado pronto, todavía duermo. Suena el móvil y yo no quiero revivir aún: lo dejo sonar, eternamente, para siempre. Para siempre no, sólo hasta que esté lista pero, aunque nunca lo estoy, nunca lo estaré, lanzo una mano desorientada hacia la mesilla, cojo el móvil, miro quién demonios puede estar llamando. *Número desconocido*. El último trozo del último sueño todavía parpadea, me llama, pidiendo atención. Sin embargo, contesto: Una voz conocida, desde un número desconocido.

"¿Por qué me llamas?", pienso. "¡Cuánto tiempo!", digo.

Una cita, o algo así. Quedar para un café, en su casa, como en los viejos tiempos -no tan viejos-. No habrá nadie...

"¿No habrá nadie?", pienso, llena de confusión. Pero no digo nada.

"Sí, sí", balbuceo finalmente. Cuelgo. Me doy la vuelta en la cama y me convenzo de que ha sido un sueño, sólo un sueño.

Recobro la consciencia dos horas más tarde. Recuerdo un sueño raro que he tenido. Él me llamaba, quería que nos viésemos en su casa a las cuatro de la tarde. Río. ¿Tanto le echo de menos que hasta sueño que me llama? (Una voz suena en mi cabeza y también ríe. Se ríe de mí).

Quedan un par de horas y estoy inquieta. No parece un sueño, pero no puede ser otra cosa. Imposible, absolutamente imposible que... ¡demonios! Si le llamo, ¿qué es lo peor que puede pasar? Ah, sí, hay algo que puede pasar, algo que no me gusta, pero me gusta aún menos la incertidumbre.

Quince minutos más tarde: he descubierto que no fue un sueño...

(Continuará...)

lunes, 14 de abril de 2008

El viaje (segunda parte)

Mmmm, sigo diciendo que cinco días no dan para mucho. Confieso, sin embargo, que en lugar del turismo cultural (ése que consiste en ver museos, monumentos, exposiciones y ese tipo de cosas), yo prefiero lo que acabo de bautizar ahora mismo -porque sí- como "turismo psicológico", es decir, ése que consiste en ver gente y observar lo que hacen, cómo hablan, de qué hablan (si es posible) y, en general, en estudiar comportamientos. Mi ansia de "turismo psicológico" quedó satisfecha porque visité suficientes bares, estaciones de tren y metro, calles y parques como para rumiar comportamientos durante lo que queda de este año y parte del siguiente. También cumplí en cuanto a turismo cultural en el momento en que descubrí el que es, posiblemente, el "monumento" más genial y fascinante que he visto en mi vida (con permiso de mi Venecia onírica, todo un monumento en sí misma). Me refiero a una fuente semiescondida en una de las calles más transitadas del Munich carnavalero que me encontré. No sé absolutamente nada de esa fuente, ni el nombre, ni quién esculpió las figuras, ni el significado -si lo hay-, ni qué demonios hace una fuente como esa en un sitio como aquel. Lo único que sé es que un personaje mofletudo, que bien podría ser un angelillo travieso o un sátiro cabroncete, estaba lanzando un chorro constante de agua a través de su boquita a un muchacho que trataba de protegerse, sin éxito, del líquido elemento. Era tan genial que obligué a mi novio a sacar unas cinco fotos de esa fuente y, gran noticia: como soy ya toda una experta en esto de encontrar cosas raras en Google, he hallado finalmente el nombre (Brunnenbuberl) y un link donde podéis ver una foto y alguna información básica sobre la fuentecita: http://commons.wikimedia.org/wiki/Image:Brunnenbuberl_am_Karlstor_Muenchen-1.jpg

No digo que no haya otras cosas chulis en Munich, por supuesto. La Chinesischer Turm (Torre China) en el Englischer Garten es un lugar muy bonito también. Hay una especie de... bueno, llamarlo restaurante sería mucho; yo creo que es más bien como un Biergarten, justo al lado. Esto es, te puedes sentar ahí, en unas mesitas al aire libre, junto a la torre, y beberte una jarra de cerveza más grande que yo y comer lo que te apetezca en cuanto a especialidades bávaras. Yo me quedé con las ganas de comer allí un día porque hacía muchísimo frío y como que no había ganas, por muy atrayentes que fuesen los Pretzel de cinco kilos (bien, exagero, pero no tanto). Ese parque, el Englischer Garten, es bonito incluso en invierno, así que en verano tiene que ser muchísimo mejor. Seguro que un verano de estos podré confirmarlo.

Y, bien, en cuanto a turismo psicológico (bares, tiendas y otros sitios públicos) diré que estoy plenamente satisfecha de mi experiencia también. Hay allí un bar donde dejé un trocito de mi corazón porque me daban de comer lo que me apeteciese incluso a las 2 de la madrugada. No había pasado tanta hambre en mi vida desde que estuve en Inglaterra, por cierto, y eso que comí el doble que aquí, seguramente, sólo que a horas muy extrañas para mí y supongo que todo influye. En fin, el hecho de que te preparen un plato enorme de patatas fritas o una hamburguesa "sin nada de nada" a las tantas de la madrugada me conquistó. Ese bar, el Löwenbräu, que no se llama así en realidad pero al que yo bauticé así porque había un cartelón anunciando esa marca de cerveza en la puerta, fue mi salvación en mis momentos de hambruna salvaje y por eso le dedico este párrafo. También había otros bares, claro, por la zona, sólo que no eran como mi querido Löwenbräu. Aun así, en el famosísimo Hofbräuhaus cenamos de maravilla y merendamos muy bien también en el hermano gemelo malvado del Hofbräuhaus (esto es un chiste personal... es que cuando estuve allí, como no había manera de acordarme del nombre de los sitios, los rebautizaba yo con el nombre que me daba la gana para así poder referirme a ellos de alguna manera), merendamos muy bien allí, como decía, a pesar de que cometieron el crimen de poner mostaza en mi plato de pretzel y salchichitas. Pero aparté lo comestible y la sangre no llegó al río. Lo mismo me ocurrió en un McDonalds, por cierto, y me negué a comer la hamburguesa mancillada. Odio la mostaza. Fue en el hermano gemelo malvado, además, donde la primera nativa se puso a hablar conmigo espontáneamente, primero en bávaro y después, al ver mi cara de confusión, supongo, en inglés. Me gustó el sitio porque parecía que allí se conocían todos (y es que así era, y la nativa me lo confirmó) y había un ambiente muy relajado, muy amigable. Había también allí un chico guapísimo, por cierto, del que supe el nombre y nada más porque no hacía más que mirarme sonriendo, pero no me dijo una sola palabra (lástima).

Por cierto, que ese lugar estaba en lo profundo del parque (o esa sensación me dio) y al día siguiente de ir allí me dolía un pie y tenía que ir coja. Resultado: una tendinitis que me obligó a cojear por todo Munich durante un día, por todo Madrid el día que regresábamos y también aquí, durante unas dos semanas, anduve coja. Pero mereció la pena. De verdad.

En fin, me he dejado muchísimas cosas en el tintero -el piso en que nos alojamos, que era curiosísimo, los larguísimos viajes en tren/metro/autobús, que me fascinaron, los alemanes, que también me fascinaron, el día en que conocí a un "famoso" (sólo que parece ser que es famoso allí, y no aquí... la historia de este hombre sí que era extraña, por cierto) y un montón de anécdotas. Y muchísimas fotos también que, por desgracia, todavía no tengo en mi pc. Pero así queda una crónica sencillita y no demasiado larga, espero.

Sólo me queda añadir que quiero volver lo más pronto que pueda porque aún me quedé con ganas de muchas cosas. Además, ya no es tan difícil ahora como lo era antes de ir. En ese sentido, os lo aseguro, estoy de lo más tranquila.

domingo, 6 de abril de 2008

Paréntesis

Hago un paréntesis en el relato de mi viaje para escribir una pequeña anotación (que no tiene nada que ver con... casi nada, en realidad).

Estoy liada de nuevo con el proyecto de sueño lúcido (ah, es una constante en mi vida, como conducir por una carretera en forma de círculo) y, ahora, pensando en el tema de volar en sueños o de volar, simplemente, he recordado... no, no he recordado, sino que me ha dado por traer de nuevo delante de mis ojos un recuerdo que tengo desde que era pequeña, muy pequeña. Evidentemente es un recuerdo falso pero, jolín, hasta da la impresión de ser real. De niña me gustaba bajar las escaleras en lugar de tomar el ascensor, y me acuerdo que me entrenaba para saltar muchas escaleras de una vez, primero dos, luego tres y así sucesivamente. Y tengo el recuerdo de haber saltado, en más de una ocasión incluso, una burrada de escaleras, prácticamente como si estuviese volando. Más o menos el recuerdo es que de pequeña volaba (sí, sí, es una idiotez, pero así es el efecto del paso del tiempo sobre los recuerdos). No sé. En "Levantad, carpinteros, la viga del tejado", Buddy recibe una carta de su hermana Boo Boo en la que ésta le escribe que la niña (Franny) había estado contando en el programa de los niños sabios cómo de muy pequeña volaba por el apartamento, y que sabía que era así porque después tenía en los dedos el polvo de las bombillas.

En todo caso, y exceptuando las veces que he montado en avión, sólo he volado una vez, y fue precisamente en un sueño lúcido (fue genial, por cierto).

Eso era todo.

sábado, 5 de abril de 2008

El viaje (primera parte)

Quisiera haber tomado notas y prometo que ésa era mi intención en un principio, pero se quedó en eso, en intención. Una buena señal, diría, porque los únicos momentos en que no escribo son cuando me lo estoy pasando muy bien o cuando lo estoy pasando fatal. En Alemania sucedió lo primero.

No hay demasiado que contar, en realidad. Lo cierto es que yo tenía mil planes, quería ver mil cosas y hacer otras tantas y, al final, además de que no vi ninguna de esas cosas, me di cuenta de que el tiempo pasa rápido, demasiado rápido. Irónicamente, desde que estoy aquí parece como si hubiesen pasado cien años desde aquel viaje. Pero eso no significa que me aburriese o que me arrepienta de algo -pienso volver, en todo caso-; más bien al contrario, es otra buena señal. Hubiese podido pasar una vida entera allí sin quejarme, sin extrañar nada (o casi nada... en realidad).

Bien, salimos muy pronto por la mañana en el tren hacia Madrid. Apenas recordaba ya las violentas sacudidas, la sensación de viajar en diligencia por el lejano Oeste, el feliz traqueteo... Como nota al pie os diré, si no lo mencioné ya alguna vez, que soy enemiga declarada de los autobuses, y no cambiaría nada del viejo tren, ni el incesante movimiento, ni el ruido infernal, ni los servicios donde tienes que casi convertirte en Spiderman para poder agarrarte a algo y no caer en el intento, por ninguna de las comodidades de un autobús, por muy ultralujoso o hipermoderno que sea. Soy una romántica, sí, y bien orgullosa de ello. El caso es que en el tren me dio por hacer el payaso. No es raro, tratándose de mí, pero lo menciono porque significa que lo pasé bien. La última media hora tal vez aburrida. Pensaba en Madrid, mmm, demasiado ajetreo para mí, demasiada prisa, demasiadas complicaciones. No conozco Madrid lo suficiente como para hablar de la ciudad en sí, pero sí sé que cada vez que estoy allí siento como si la ciudad me devorase. Es una sensación extraña. En Madrid estuvimos seis horas, repartidas entre la estación de tren, el metro y el aeropuerto y, felizmente, Madrid no me devoró. Aquí estoy, intacta por muchos años, espero.

El avión, después. Mi novio se sentó junto a la ventanilla, yo a su lado. Él me decía: "¡mira, mira!", pero yo no me atrevía a mirar. Al final, estaba literalmente aplastándole para poder ver algo a través de la ventanilla. Impresionante la vista aérea. Y yo, impresionantemente valiente -me sorprende.

Ya de noche, en Munich, salimos del avión para entrar en un tren. Otra media hora de viaje, tratando de descifrar la conversación de nuestros vecinos de asiento que, no tan curiosamente, no hablaban en alemán. Desde luego, es imposible entender algo en un idioma que no conoces, pero así pasé el rato entretenida. Me conformo con poquito. Es curioso, esto sí, que, en los cinco días que estuve, apenas tuve oportunidad de practicar las cuatro palabras de alemán que me sé. Casi todo el mundo se dirigía a mí en inglés y hasta en español (¿?). Incluso mantuve una conversación con un señor en italiano, inglés, bávaro y algunas palabras de español. Y sí, conseguimos entendernos a la perfección. Mi necesidad de comunicación quedó satisfecha gracias al inglés, porque si hubiese tenido que confiar en mi alemán... en fin.

Se hace tarde, pero este post requiere una segunda parte (y puede que una tercera).

Como dijo Terminator aquella vez: "¡Volveré!"