Image Hosted by ImageShack.us




Querido Y Viejo Tigre Que Duerme:

martes, 30 de enero de 2007

Pequeñas lagunas...

Últimamente sufro pérdidas de memoria a corto plazo. Y me preocupa. Mucho. No es que sean cosas demasiado importantes y tampoco es que las cosas que no puedo recordar en un momento hayan desaparecido para siempre, pues generalmente suelo recordarlas a los pocos minutos, con poco esfuerzo por mi parte. Pero es raro, por lo menos, ya que mi memoria siempre ha sido bastante buena, y tampoco soy demasiado distraída.

El caso es que mi memoria ha escogido un momento un poco raro para comenzar a fallar. Últimamente estoy bastante ocupada haciendo experimentos de observación -me preocupa la cantidad de cosas que se nos pasan por alto al día, y me he propuesto volverme una cazadora de detalles. En esta ocasión es cuando mi memoria debería estar más en forma, ya que el propósito de cazar detalles no es sólo el placer deportivo de hallarlos sino también, como es lógico, relacionarlos y estudiarlos para llegar a conclusiones, si ello es posible. Y para eso la memoria es fundamental. Por otro lado, y pensándolo bien, también es lógico pues estoy obligando a mi cerebro -o a mis sentidos, vamos- a realizar una tarea para la que no tiene demasiado entrenamiento previo. Y puede ser que en la medida en que me concentro en ejercitar una cosa me esté fallando la otra de la misma manera. Aunque, de todos modos, ¿no estoy ejercitando precisamente eso? No tengo ni idea. Qué lío, demonios...

Sólo espero que sea un inconveniente temporal. Me pone nerviosa la situación y temo terminar como el protagonista de Memento. No me gustan los tatuajes. O algo peor. Pero mejor no pienso en ello, abandonaré mi habitual costumbre de ponerme siempre en lo peor.

Seguiré con este tema de la memoria. De repente me parece fascinante.

viernes, 12 de enero de 2007

Momento crítico

Muchas veces me pregunto qué hubiese pasado si, en el momento posiblemente más crítico de mi vida, hubiese decidido hacer algo distinto a lo que finalmente hice. Han pasado ya casi nueve años y no creo haberme recuperado aún.

El caso es que estoy convencida de que aquella decisión -que, en pocas palabras, tenía que ver con quedarme o irme- ha marcado negativamente el resto de mi vida. Sin embargo, gracias a mi curiosa capacidad de doble-pensar -esto es, de saber que una cosa es como es, objetivamente, pero al tiempo sentirla subjetivamente de una manera muy distinta- me doy cuenta de que, aunque me hubiese ido, de todos modos no habría llegado a esa especie de paraíso que alguna vez creí que se me había prometido (hay quien lo llama felicidad).

Pero quizás no estaría aquí, en esta cárcel, en esta habitación sin ventanas. O sí. Quizás cualquier camino me hubiese enviado aquí, al final.

No, no lo sé. No sé nada acerca de esto. Hace nueve años tomé una decisión y ahora estoy aquí. Eso es todo.

Lo único que sé es que no quiero conformarme con seguir viendo el mundo a través de otros. Quiero vivir en él, quiero salir y ver las cosas, yo misma. Me pregunto si aún estaré a tiempo...

martes, 9 de enero de 2007

NW.

Las cosas que más me gustan de la gente son las que no se descubren a primera vista. Me gusta observar e ir montando el puzzle de gestos típicos, formas de mirar, manías propias de cada persona. Por eso, cuando le pregunto a NW. qué le gusta de mí, odio que me responda con generalizaciones. Ya sé de mis buenas cualidades, pero yo me refiero a otra cosa. Quiero saber, de verdad, qué le gusta de mí. No me importa que sean cosas que ni yo misma haya descubierto aún -lo preferiría- pero no quiero que me mencione características que comparto con un montón de gente. Quiero que se atreva a montar el puzzle.

De NW. me gusta su mirada de niño travieso cuando se quita las gafas. Me gusta cuando imita a Benji, el perro de su amigo, que era el perro más inteligente del mundo. Me gusta que no me deje ganar cuando jugamos a pelear. Me gusta poder recibirle con el pijama y el pelo revuelto, y que a él no le importe. Me gusta -aunque jamás se lo confesaré- que le gusten las pelis de Bruce Lee y de Steven Seagal, y que aun así siempre veamos las pelis que yo escojo. Me gusta -y tampoco se lo diré nunca- que se piense las preguntas durante cinco minutos antes de responder. Ésas, y otras, son las cosas que hacen que NW. sea NW. y ninguna otra persona. Y son las que me ayudan a saber que de veras le conozco, que no es un extraño en mi vida, que, a estas alturas, él ya forma parte de mi historia, para siempre. Pase lo que pase.

sábado, 6 de enero de 2007

413 cigarrillos

El tiempo, contigo, lo medía en cigarrillos compartidos, en charlas que duraban hasta que amanecía, en miradas que podían decirlo todo, o no decir nada, pero que nunca quedaron suspendidas en mitad de ningún sitio.

Y permaneciste durante muchos cigarrillos. Aún no sé por qué quise llevar la cuenta así, de esta manera, pero este tipo de cosas –ya lo sabes- me salen solas y, por lo general, no tienen explicación de ningún tipo. Igual que cuando miro los trenes y siento la nostalgia de los viajes que, quizás, ya nunca podré hacer. Igual que cuando me siento a escribir y confío en que las palabras se dibujarán solas, sin ayuda por mi parte, sin siquiera darme cuenta.

Permaneciste durante cuatrocientos trece cigarrillos. Y, tras la última calada, me miraste con esos ojos que lo decían todo:


Ya no hay nada más que compartir. El adiós no es triste cuando dos personas han
estado unidas. Lo que sentimos el uno por el otro permanecerá por siempre, y lo
que sentiremos por otros es el comienzo de un nuevo camino.

Te marchaste envuelto en una nube de humo. No miraste hacia atrás, y yo tampoco te vi alejarte.

viernes, 5 de enero de 2007

Pesadilla

Estoy acostada en la cama, en mi habitación. Me veo desde fuera, como siempre sucede en mis sueños. Mi cuarto está tenuemente iluminado por una luz azul, me recuerda a alguna película de David Lynch. Todo parece estar en orden, sin embargo.

De pronto, súbitamente, abro los ojos. Sacudo los brazos, las piernas, como si doliesen o como si tuviese miedo de no poder moverlos más. Me incorporo en la cama, miro a los lados. Busco algo, o a alguien. Pero no sé qué busco. Siempre busco algo. Siempre tengo la sensación de estar buscando algo más.

Me levanto de la cama y miro por la ventana. Sólo veo oscuridad. También veo el silencio, es amargo, o ácido. Mis sensaciones se confunden y una música comienza a sonar en algún sitio. Un violín, solo, suena melancólico y me asusta un poco. Quiero que pare, y para. Quiero que vuelva a sonar, y vuelve a sonar. Luego para, del todo.

Miro a mi alrededor y ya no estoy en mi habitación, sino en algún otro sitio. En una calle de una ciudad que no reconozco, aunque se parece a miles de calles en miles de ciudades. No es una calle, no está en ninguna ciudad, sólo en el plano onírico. Camino cubierta sólo por mi camisón, sin ropa interior. Hay gente sentada en el suelo, mirándome. No me importa. Camino, de nuevo, como buscando algo. Impaciente por no encontrarlo. Desesperada por no saber qué es.

Estoy en una plaza, sin saber cómo he llegado hasta allí. Hay mucha gente, cientos de personas mirando al cielo. Los observo, algunos me observan a mí, con curiosidad. Me siento extranjera. Sé que soy una extraña allí. No quiero mirar al cielo. Veré algo horrible si lo hago. Me siento en el suelo y, abrazándome las rodillas, comienzo a mecerme hacia delante y hacia atrás. Noto, en este momento que, a pesar de haber tanta gente, la plaza está en completo silencio. Un hombre que (re)conozco se acerca a mí. Está tocando el violín, una música melancólica que me da miedo. Cierro los ojos y, con los labios apretados, comienzo a llorar...

miércoles, 3 de enero de 2007

Al principio era el caos (II)

Al menos ahora, en este preciso segundo, siento en mí el caos: un desorden que comienza en mis pensamientos y desemboca en mis palabras, en mis comportamientos y en mis sentimientos. Siempre he dicho que no es sencillo ser yo, que mi compañía no me es grata casi nunca, que me siento como condenada a vivir una vida que no es la que quise, que no es aquélla con la que soñé. Y, airada, vuelvo mi espalda a los dioses y reniego de ellos. Todavía regreso arrepentida y les pido algunas veces que me liberen de mis circunstancias y me concedan el deseo de sentirme dueña de mi propia vida, sin el lastre que siento cargar todo el tiempo. Creer en el destino es un lastre, me impide ser libre. Me impide ser feliz.

Y me quejo, me quejo, me quejo y maldigo otras mil veces. De nada sirve.

Busco desesperadamente el equilibrio, pero enseguida me doy cuenta de que, si lo llegase a conseguir, no sabría qué hacer con él. Se me iría todo de las manos de nuevo. Empezaría a hacer locuras, ésas típicas mías, ésas que, con todo, aún me siguen definiendo, y todo se iría al infierno una vez más.

Pero sigo caminando porque no puedo hacer otra cosa. Porque en la vida todo consiste en seguir caminando, para bien o para mal. Sin ensayos previos, la vida es cada paso que damos, o cada paso que no damos. Quién conocerá el camino –aunque yo miro bien y prefiero los senderos iluminados, si bien poco transitados-.

Pero ya está bien de introducciones. La vida ha de seguir.

Al principio era el caos (I)

Empezamos...