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Querido Y Viejo Tigre Que Duerme:

lunes, 20 de abril de 2009

Orígenes

Dos desconocidos se encuentran en un lugar, por cualquier razón (nada extraño), se miran, se dedican un breve pensamiento -"él se parece a...", "ella parece ser..."- que pronto cae en el abismo del olvido. Nada ha cambiado, sólo dos desconocidos que se encuentran, por cualquier motivo.

Segundo encuentro, tercer encuentro. Breves miradas de reconocimiento. Tal vez más pensamientos que se entrecruzan, rápidos, silenciosos, como dos balas disparadas a la vez -con silenciador- por dos pistoleros. Nada importante. La casualidad (¿existe?) haciendo de las suyas. Y el hecho de que, en ocasiones, es imposible no encontrarse.

Pasan los días, las semanas. La casualidad ya no es tal. Los pensamientos, por una de las partes, han comenzado a desbordarse y surgen en todas direcciones. La curiosidad comienza a hacer acto de presencia. Una de las partes se halla activa, uno de los dos desconocidos empieza a "aparecer", a hacerse visible. A surgir. De la nada, podría decirse, aunque no es así. La imaginación se entremezcla, haciendo de las suyas. Ahora ya no es algo como "él se parece a..." sino "él es así y así". Y cuanto más tiempo pasa, y más pensamientos transcurren, y más juegos inventa la imaginación, más fácil es que aparezca en escena un nuevo factor: la atracción.

Lo que no aumenta, comienza a disminuir, así como al revés. Y si los estímulos son constantes, difícilmente disminuirá (esa atracción mencionada). Antes al contrario, puede llegar a convertirse en algo peligroso, algo que amenaza derribar los cimientos del edificio construido durante cuatro largos años. Primero con ilusión, después con tesón, por último, con infinita paciencia. El edificio en su totalidad cae en un momento difícil de precisar. A pesar del estruendo, sorprende darse cuenta de que uno no se dio cuenta hasta mucho tiempo después. Y se echa la culpa a todo: los materiales no eran de primera calidad, los planos estaban mal, el diseño no había por donde cogerlo, los obreros no trabajaron bien... La única verdad, después de todo, es que el edificio no era sino un castillo en el aire. El edificio ni siquiera existía.

Después de la "liberación", una de las partes -la más activa, aquella cuya imaginación trabajaba a destajo- pasa de las miradas breves, de los pensamientos aislados, a un estado de semi idiotez en el que, día y noche, la otra parte implicada lo inunda todo. Ya no hay lugar para nada, salvo para pensar en el otro. Aparece al fin el último factor, tras la atracción: el enamoramiento, o la ilusión del enamoramiento (¿existe alguna diferencia o son términos sinónimos?).

Por desgracia no hay constancia de los procesos mentales de la otra parte, así que puedo calificar esta situación, a estas alturas y sin temor a equivocarme, como la clásica situación de "Hay el amante y el amado, pero estos dos proceden de regiones distintas" (como escribía Carson McCullers). Hay el amante y hay el amado. Y ya digo que en algún momento llegarán a confundirse.

El amante pasa por diversas fases. Cada cosa que el otro hace es un estímulo a su favor. No hay nada que haga mal, todo es perfecto, todo es armonioso y bello. Todo lo que hace el amado merecerá la aprobación del amante en un primer momento. No sólo eso. Todo será un motivo más para seguir enamorándose. Y cada vez habrá más necesidad de observar in situ más comportamientos. El amante analizará minuciosamente todos los movimientos, las palabras, las miradas. A estas alturas, manejará datos más o menos fiables sobre la realidad del amado. Cada dato será mínimo, cómo se llama el amado, cuál es su edad, dónde vive, a qué se dedica. Pero la obtención de cada uno de los datos será un motivo de indescriptible júbilo para el amante.

Pero, puesto que todo existe solamente en la imaginación de una de las partes, no hay garantías reales de que, algún día, el amado pase a formar parte de la vida del amante de un modo activo. Hasta este momento, el alejamiento del amado, el extrañamiento, era algo considerado natural por el amante. Hasta este momento, digo, en el que todo habría podido dar un giro de 180º y el enamoramiento, real o imaginado, podría haberse desvanecido de la misma manera en que apareció.

A partir de aquí, hay dos posibilidades:

Situación uno: el amante comienza a acusar los efectos del alejamiento del amado. Además del cambio operado en su estado de ánimo -de la alegría a la tristeza, de la satisfacción a la impaciencia-, el amante se comenzará a preguntar cómo ha podido llegar tan lejos en su fantasía sin haber dado siquiera un solo paso hacia la realidad. El amante quedará perplejo, y no sin razón. Aquí es cuando comenzará a darse cuenta de que sus sentimientos han crecido, casi podría decirse que a sus espaldas, y se han convertido en algo de proporciones monstruosas. Y se hará la clásica pregunta: "¿cómo he podido enamorarme de alguien a quien no conozco?". El segundo motivo de perplejidad quedará registrado en la segunda pregunta que el amante se hará a sí mismo: "¿qué sabe, en realidad, el amado de mí?" (La respuesta es nada. El amado no conoce ni siquiera el nombre del amante; en algunas ocasiones, el amado no será consciente ni de la existencia del amante aunque, en este caso que nos ocupa, las miradas se cruzaban con curiosa frecuencia. Tal vez demasiada frecuencia). Es en este momento de plena consciencia de la realidad -o la irrealidad- de la situación en que el amante, pasando de la perplejidad a la conspiración en cuestión de segundos, decidirá trazar un plan para el acercamiento. Como en la guerra, habrá de planear una estrategia. No en vano se conquistan los territorios y se conquista a las personas. La estrategia más eficaz sería algo tan simple como acercarse a la otra persona y decir algunas palabras pero, por un motivo que se me escapa, el amante considerará esta opción imposible de poner en práctica por su complejidad. Y entonces urdirá un plan más "sencillo": tratar de dar a entender al amado, a través de miradas, sonrisas, posturas y un sinfín de comportamientos derivados del lenguaje no verbal, lo que siente por él, con el fin de propiciar un acercamiento. Esta opción fracasará sin duda. El amante está tan convencido de su propia realidad que siente que dicha realidad es tan obvia que no puede pasar desapercibida a ojos del amado. Esto, como digo, es un error. Probablemente el amado no tendrá ni idea de qué demonios pasa por la mente del amante, puesto que su realidad es otra. Para el amado, el amante es una persona que tiene su encanto tal vez, pero con la que no imaginaría ninguna clase de relación. La realidad es demasiado subjetiva como para tenerla en cuenta.

Después de varios intentos frustrados, el amante pondrá en práctica la única opción que le queda y que había descartado antes por su imposibilidad: se acercará y dirá algunas palabras. A partir de aquí, las diversas situaciones que se podrían crear son numerosas. En el caso que nos ocupa, y como adelanté antes, el amante y el amado se confundieron de tal forma que ahora sería difícil decidir cuál de los dos ostenta el título de amante y cuál el de amado, y tal vez sería mejor decir que ambos son las dos cosas. No obstante, lo que ocurrió a partir de aquí es, como diría Michael Ende, "otra historia y debe ser contada en otra ocasión".

Situación dos: El amante pasará por la fase de perplejidad sin duda. El amante, sin embargo, quedará estancado en su fantasía y se contentará con mirar al amado desde lejos. Nunca dará el paso definitivo hacia la realidad. Nunca urdirá un plan de acercamiento, ni pensará en estrategias, ni sufrirá por no haber aprendido nunca a jugar al ajedrez -ya que el ajedrez, según piensa el amante, es un juego ideal para aprender a diseñar estrategias-. El amante se guardará lo que siente para sí, y el amado continuará viviendo su propia realidad, tan distinta de la del amante. El amante, es muy posible, olvidará al amado algún día y su realidad no será nunca alterada de ninguna manera, ni buena ni mala, por el amado. Tal vez el amante nunca olvide al amado pero, en todo caso, tanto el amado como toda la experiencia vivida quedarán atrapados en una especie de bruma, como la que rodea a los sueños.

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Ahora bien, ¿deseará el amante de la situación uno haberse quedado en la situación dos? Debo decir con tristeza que sí, pero no por los motivos que puedan imaginarse. El amante continúa completamente enamorado de su amado y siente que no puede hacer otra cosa salvo amarle. Y, sin embargo, tambien es cierto que, algunas veces, echa de menos los días en los que la felicidad era mirar al amado desde lejos...