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Querido Y Viejo Tigre Que Duerme:

sábado, 29 de septiembre de 2007

Cosas que no importan y cosas que sí

Ya no me miras al pasar por mi lado, como ocurría antes o como en el poema, y no es que me importe, sólo que, ahora, me siento algo más sola.

Tú no me buscas más con la mirada, y cuando estoy allí haces como si no estuviese. Lo que no sé es si, cuando no estoy allí, te imaginas que estoy. No me importa tampoco aunque, la verdad, cuesta un poco imaginarse que todo se terminó.

Estáis allí y, dicho así, hasta parece una certeza, pero, os lo prometo, ya no me importa.

Y, mientras, en el resto del mundo, la gente sigue viviendo, cada uno su vida y tal vez, incluso, también la vida de otros, pero yo estoy aquí, tiritando de frío y casi muerta de miedo. Y no me parece estar viviendo mi vida, pero sí tengo la impresión de que otros la están viviendo por mí.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Pisaverdes

Hace unos meses leí que en una página web (http://www.escueladeescritores.com/apadrina-una-palabra) habían iniciado una convocatoria para apadrinar una palabra a punto de desaparecer. No participé en su día, pero ahora estaba recordando esto precisamente -extrañas conexiones mentales- y he pensado, ya que estoy en pleno ataque de ansiedad por escribir, que podría hablar un poco sobre la que es, posiblemente, mi palabra preferida de este hermoso idioma nuestro. Normalmente, cuando a alguien se le pregunta acerca de su palabra favorita, las primeras que vienen a la cabeza son palabras con significados bonitos, pero nada espectaculares en cuanto a sonoridad o en relación con la imagen mental que sugieren. Así me ocurría a mí también cuando alguna vez se me planteó la cuestión. Sin embargo, descubrí hace un tiempo que había una palabra especial para mí, una palabra que, ¿puedo decirlo así?, invariablemente me dibuja una sonrisa en los labios. Y supe que me gustaba tanto porque trataba (y trato) de incluirla en los textos siempre que viene al caso. Algunas veces también cuando no viene al caso. Esta palabra tan especial para mí es "pisaverde". Recuerdo todavía la primera vez que la vi. Yo leía un libro -lamentablemente no sé cuál exactamente- del genial P.G. Wodehouse, un hombre que, al parecer, sabía lo suyo sobre pisaverdes, y me quedé fascinada. Después, cuando consulté el significado de dicha palabra, me vino a la cabeza una imagen mental que todavía perdura hoy en día cuando me imagino al tal pisaverde. En mi imagen, un hombre que se parece extraordinariamente al Dorian Gray de Oscar Wilde -o al hombre que yo imagino como Dorian Gray-, está fumando despreocupadamente, con un cierto gesto despectivo en el rostro, sobre el césped o sobre una superficie verde.

Siempre soñé con enamorarme de un pisaverde. Es difícil porque, hoy en día, no existen ya, al menos no como esos jovencitos ociosos vestidos a la última moda (de la época, esto es, de finales del siglo XIX o principios del XX) y sin otra ocupación que el galanteo frívolo y juguetón con muchachas hermosas de tez pálida. Pero sí los hay que fuman despreocupadamente y que, con frialdad calculada y fingida, te dirigen miradas mitad burlonas mitad seductoras a las que yo, por cierto, no puedo resistirme casi nunca.

Y termino la entrada con la definición proporcionada por la web de la Real Academia, http://www.rae.es/ para la palabra "pisaverde": "Hombre presumido y afeminado, que no conoce más ocupación que la de acicalarse, perfumarse y andar vagando todo el día en busca de galanteos".

jueves, 20 de septiembre de 2007

La navaja de Occam

Desde hace un par de días me encontraba yo absorta en la investigación de un pequeño misterio, de ésos cotidianos, de andar por casa. Tas meditar largamente sobre el asunto en cuestión, por fin llegué a una conclusion que, en el momento, me pareció bastante satisfactoria. Y así, tan contenta como estaba, me dispuse esta tarde a escuchar la confirmación de mi teoría. Sin embargo, no ha habido confirmación. No ha habido nada parecido a una confirmación. La verdadera solución del pequeño misterio no tenía nada que ver, ni remotamente, con lo que yo había pensado. Tras unos momentos de estupefacción y de pensar que soy idiota por no haber dado con una solución tan simple, y mientras me lamentaba de mi absoluta falta de inteligencia, NW. me ha dicho: "No es que seas idiota, es que tiendes a pensar siempre en lo más complicado y descartas lo evidente porque te parece demasiado simple". "¡Claro!", he pensado yo, "la navaja de Occam. La solución más sencilla es probablemente la correcta". Y es que así es. Este misterio, que tenía que ver con averiguar la forma en que una persona actuó en una situación determinada, tenía una solución maravillosamente simple: actuó como lo hubiesen hecho la mayoría de las personas (de su edad y características) en una situación similar. Saltaba a la vista, desde luego. Pero yo no supe verlo o miré hacia otro lado, no supe ponerme en el lugar de esa persona, tal vez, o simplemente se me escapó lo evidente por perder el tiempo pensando en lo sólo remotamente posible.

Bien. Es una lección aprendida. "Simplificar siempre", solía decir un chico que conozco. Parece ser que tenía razón.

(Sherlock Holmes, mi héroe de hace unos cuantos meses, me habría mirado con lástima y me habría sugerido, de esa manera suya tan británica, que me dedicase a otra cosa).

martes, 18 de septiembre de 2007

Hey, get out of my way - only kidding

Si las cosas vuelven a la normalidad algún día -y sucederá, algún día- tal vez podamos tomarnos unos segundos para explicarnos en silencio, sólo con la mirada, qué fue lo que verdaderamente ocurrió entre nosotros.

Y me refiero a todo. A todo.

domingo, 16 de septiembre de 2007

El recuerdo recobrado

Y sus gritos, finalmente, consiguieron hacerse oír sobre los ruidos de los coches, el sonido de las pisadas, el estruendo de la vida cotidiana, segura, sin riesgos. Y ella dirigió sus pasos de nuevo al punto de encuentro, el lugar de siempre, y se reanudó algo que nunca llegó a terminarse del todo, a pesar de todos los esfuerzos, a pesar de una ausencia calculada, a pesar de sus deseos de salvarse.

Un día para estar juntos y encantar el deseo de pasar toda una vida y más juntos. Y después, cada uno seguirá su camino y terminará. Sin mirar hacia atrás, sin pensar en cómo podría haber sido. Un día juntos podría significar más que toda una vida.

Y entonces sí, el recuerdo se tornará silencioso y comenzará a dormitar, y no despertará ya de ese sueño, jamás. Mientras tanto, los gritos, ahora mismo, no me dejan oír ni siquiera las palabras que escribo.

jueves, 13 de septiembre de 2007

La necesidad

Estos últimos días en los que los acontecimientos, imparables, casi, casi me asfixian, en los que apenas tengo tiempo siquiera para estar conmigo misma a solas, escribir ya no es, como lo fue en alguna otra ocasión, ni un placer, ni una tortura, ni un revulsivo, ni una obligación. Ahora, cuando la noche cae sobre mí y me susurra al oído una sola e inflexible orden, (¡duérmete!), estos ratitos para escribir son, más que cualquier otra cosa, una necesidad (pero, ¿acaso no lo fue siempre? ¿No lo es siempre para los locos introvertidos como yo, para los que pensamos en renglones y párrafos, para los que sentimos el mundo como una complicada y -tan extensa, tan reducida- novela?).

Y lo cierto y lo extraño es que ni siquiera me apetece hablar aquí de los acontecimientos antes mencionados. No necesito hablar de ello, sino sólo atravesar el momento de la mejor manera posible, y he aprendido que las cosas mejor hacerlas sin pensar, mejor no hablar mucho de ello. Lo más importante es lo que no ha de ser nombrado. En ocasiones, ni siquiera es posible hacerlo.

Más que nunca necesito un lugar para estar a solas. Acondicionar una de las innumerables habitaciones de mi mente para hacer magia, alquimia interna. Esta palabra, alquimia, lleva años obsesionándome, tanto como transmutación. Son ambas palabras sonoras, de las que se diría que esconden algún secreto. Y es que, ¿cómo transformar cualquier metal en oro? ¿Cómo transformar miedos, compulsiones, obsesiones y otras tantas fallas en tan ilustre metal? La respuesta, espero, me encontrará algún día cuando vaya por ahí distraída, pensando en mis cosas. La respuesta me desvelará secretos y me planteará nuevas preguntas, casi seguro.

Mientras tanto, sigo con mi vida aderezada de acontecimientos. Tal vez finalmente sea verdad que mi vida contemplativa comienza a transmutarse en algo distinto, algo incierto aún, pero ya bosquejado. Veremos.

(Hoy me hice por fin con el nuevo libro de "El Guardián entre el Centeno", con la traducción revisada y ligera, pero acertadamente, me parece, modificada. El tipo de detalle que me hace sonreír y ser feliz en un día tan lleno de detalles).

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Inexactitud del momento

Si hubiese permanecido unos minutos más, sé que algo habría ocurrido.
(Quiso suceder)

El recuerdo olvidado

Él la ignora. Ella le ignora. Hace más de un mes que ella no se ha dejado ver por el lugar de siempre. Pensó en simplificar su vida, en deshacerse de lo no útil o de lo no posible y él, que entraba en la segunda categoría, hubo de convertirse en otro recuerdo. No un recuerdo cualquiera. Ninguno de ellos puede ser, en realidad, un recuerdo cualquiera.

Él es un recuerdo olvidado. Forzado al destierro, destinado a las habitaciones invisibles, tras el proceso de olvido -o tras el intento de olvido-, él no es siquiera un fantasma. Sería más acertado decir que es una sombra. Algo que recuerda a algo que recuerda a algo, pero jamás lo suficientemente visible como para averiguar cuál fue el origen.

Y, sin embargo, cuando ella se pone a pensar, y pasa minutos con la mirada perdida, y en su mente sólo aparecen pensamientos sin forma, inidentificables, ella recuerda palabras y gestos, miradas, su voz, su sonrisa -fue siempre su sonrisa, desde el primer momento-. Y entonces ella hace un gesto en el aire con la mano, como para hacer que tales recuerdos, inapropiados, se desvanezcan de nuevo, se conviertan, una vez más, en la sombra olvidada.

Ellos jamás se buscan, aunque hubo un tiempo en que lo hicieron. Muy a pesar de ellos mismos, se buscaban con la mirada, con los pasos, que siempre los llevaban a los mismos lugares, con los labios y con las manos. Y las noches terminaban en estallidos de un placer con cierto sabor a felicidad y con un regusto final de pérdida. Ellos no se buscan pero, a través de otros, siguen manteniendo una especie de conexión. Ella no sabe de qué tipo, sólo siente cosas que no quiere analizar.

Él es un recuerdo convenientemente olvidado, una sombra eficazmente suprimida y, no obstante, algunas noches la sombra comienza a gritar, tal vez sólo para no olvidar su propia existencia, o para recordar que las sombras también tienen voz.

domingo, 9 de septiembre de 2007

La seducción lenta

Puede ocurrir, y de hecho ocurre en ocasiones, que estés en un bar tomando café con amigos, o sola, leyendo, o que simplemente estés allí, medio presente medio ausente, en tus pensamientos, y sientas, de repente, un par de ojos clavados en ti. Las personas tenemos facilidad para notar esas cosas, para saber cuándo alguien mira fijamente; cuestión de energías fluyendo o de supervivencia, o lo que sea. El caso es que se sabe. Entonces levantas la mirada y observas a la persona en cuestión que, en efecto, te está mirando, y tiene una expresión peculiar en el rostro, un tipo de expresión que apenas varía de una persona a otra. Y lo sabes. Sabes exactamente qué está pensando. Y te da exactamente igual. O casi.

Es posible que, después de ese primer contacto ocular sucedan otros, por pura curiosidad. Sin ninguna clase de interés real. Al principio es una suerte de extrañeza y ganas de saber por qué esa persona te mira de esa forma tan peculiar -aunque ya lo sepas, siempre hay una cierta confusión, una pieza que falta, algo más por descubrir-. Esa persona, la que mira, podrá interpretar a su vez qué significan tus miradas rápidas y constantes, sólo que su interpretación no siempre será acertada y más bien dependerá de su estado anímico en ese instante. Si se deja llevar por la euforia del momento, sentirá que puede proceder a un acercamiento. Si no, simplemente se rendirá, o se conformará, o esperará.

La noche -o la tarde, o la mañana- puede acabar así o de otras mil formas. Pero, en términos de conquista lenta, probablemente esa noche terminará con un par de pensamientos que, sin hacer mucho ruido, simplemente se perderán entre sueños.

Sin embargo, tal vez suceda que, contra todo pronóstico, comiences a encontrarte los días sucesivos con esa persona en todas partes. Sus miradas serán intensas, y la intensidad será inversamente proporcional al tiempo que tenga para mirarte. A más tiempo menos intensidad y viceversa. Así que si, en medio de un paseo, la oportunidad se confabula con esa persona, notarás cómo eres mentalmente desnudada por alguien en medio de la calle. Y sólo podrás dedicarte a mirar tus zapatos con un repentino y sorprendente interés mientras sientes que te arde la cara.

Esta situación se repetirá durante varios días seguidos, semanas, meses incluso. Tú normalmente tendrás la cabeza en otra parte -o en otros hombres- y los pensamientos dedicados a esa persona serán breves y residuales. Pero puede ocurrir, y esto es lo misterioso, que, después de algún tiempo, las miradas de esa persona de algún modo comiencen a empaparte, como la lluvia fina. Y cuando te quieres dar cuenta ya estás dentro del juego: no dejas de pensar en esos breves momentos de encuentro y reconocimiento. Con cierta sensación de vergüenza y un impulso que no es del todo decisión tuya, es posible que incluso comiences a provocar dichos encuentros. Coloridos adjetivos aparecerán de la nada para definir a ese hombre, y pensarás en él con términos tales como "guapo" o "feo" o "interesante" o "intrigante", o incluso "peligroso". Puede ser también que empieces a tener fantasías inconfesables referentes a esa persona que ni tan siquiera te ha saludado aún ni una sola vez, cuyo nombre no conoces y cuya actitud, por cierto, cada vez te intimida más, por mucho que su técnica no haya variado ni un ápice en las últimas semanas -pero sí tu disposición-.

Es la conquista lenta. Es cuando un hombre se empieza a colar sin permiso en tu vida y en tus pensamientos. Es cuando, de pronto, sólo te queda una cosa para salvarte y no caer finalmente en una tentación en la que, bien lo sabes, no es sensato ni conveniente caer: tu fuerza de voluntad.

Es de locos descubrir que es tan sencillo atascarse en la mente de una persona. Esta técnica lleva su tiempo, sí, pero al parecer da mejores resultados de lo que podría pensarse a nivel teórico.

Yo, no lo dudéis, me seguiré rebelando, me seguiré resistiendo a caer de bruces (en su cama, supongo). Pero lo cierto es que hoy me saludó por primera vez en todo este tiempo y yo le respondí con un débil "hola", pronunciado con voz ronca por tener la garganta seca, y creo que después hasta sonreí un poco mientras un repentino y extraordinario interés en mis zapatos se apoderaba de mí.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Tranquilidad

Termina el verano y soplan los primeros vientos otoñales. De color dorado, caen sobre mí como una bendición. A pequeña escala siento algo que ha de parecerse a la felicidad. Es una sensación de bienestar y tranquilidad, nada espectacular, nada de efectos especiales. Es del tipo de emoción minúscula que casi nadie nota, pero yo, siempre obligada a emocionarme hasta la locura, siempre fiel a mi tendencia a desesperarme hasta bordear el abismo, poseo ahora una felicidad pequeñita y suave, como una bola plateada que flota ante mis ojos, hipnótica y bella.

Uh-oh.

Nuevas y sorprendentes perspectivas de trabajo para desempeñar una labor a la que nunca quise dedicarme, y sin embargo, me he sorprendido deseándolo, me he sorprendido queriendo hacerlo -¿me estaré volviendo valiente?-. No es probable que me contraten, pero el hecho de haberlo deseado, a pesar de todo, a pesar de mi reticencia, me sorprende y me mantiene con esperanza.

De nuevo, uh-oh.

Me tomé el mes de agosto para mí. Quise aprovechar el tiempo conmigo misma y con quien me apetecía estar. Rompí algunas relaciones que habían llegado a su fin de modo natural, abracé otras con más intensidad, con mayor grado de compromiso. No me rendí ante mi debilidad, la mayor de mis debilidades: pensar, pensar, pensar. Analizarlo todo sin llegar a conclusiones. No quise estropearlo. Tuve, lo confieso, días malos y días muy malos, y sólo raramente momentos buenos. Pensé que algo no estaba funcionando, que mi plan no estaba saliendo bien pero, ahora, escribo esto y soy tranquilidad. No es sólo que esté tranquila. En este preciso momento, soy pura tranquilidad.

Momentos raros y preciosos, bellos gracias a su extrañeza.

Sigo aquí, y tengo ganas de cantar.