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Querido Y Viejo Tigre Que Duerme:

sábado, 17 de marzo de 2007

The laughing man

Nunca he entendido bien “El hombre que ríe” quizás porque de los nueve cuentos –me atrevo a afirmar ahora, aunque tal vez tenga que comerme mis palabras algún día- es el único que se entiende. La historia del jefe de los Comanches y su novia-ligue-Mary-Hudson tiene un comienzo impreciso. Empieza con una foto que poco a poco se va convirtiendo en parte del mobiliario del desvencijado autobús del jefe, continúa con la imagen de una muchacha à la Salinger, esto es: con abrigo de castor, fumadora de cigarrillos Herbert Tareyton y que “sabía como saludar a alguien desde la tercera base”, y termina con una separación, un abandono y un jefe bastante jodido que decide que el final de su historia romántica ha de coincidir con el final de la historia del hombre que ríe, un freak con características de superhéroe de cómic y, sin lugar a dudas, prototipo de héroe infantil.

El hombre que ríe es un tipo interesante, muy interesante. La descripción del cuento en sí que Salinger nos da es perfecta: “un cuento que tendía a desparramarse por todos lados, aunque seguía siendo esencialmente portátil”. Es un tipo básicamente feo, tan feo que ha de cubrirse con una máscara y que, sin embargo, es “el bueno”, a pesar de asesinar ocasionalmente y robar más que ocasionalmente, nos explica Salinger que es un hombre que ama el juego limpio. Inteligente, brillante en su trabajo y con sus fieles ayudantes, el hombre que ríe es un tipo que cae bien. Da pena tener que presenciar su tristísimo final. Una se queda con las ganas de que el jefe diga en algún momento “no, chicos, todo era una broma. Por supuesto, el hombre que ríe logró sobreponerse, consiguió escapar y se dedicó a buscar más villanos a los que enfrentarse”.

Pero el jefe tuvo que matarlo. Estaba jodido y decidió que el hombre que ríe había de estarlo también. Pobre superhéroe que había luchado contra los mafiosos que le desfiguraron y los había vencido, que había sorteado el peligro en innumerables ocasiones, que era prácticamente invencible. Pobre, que no pudo soportar el conflicto final: murió a causa de un corazón roto.

El último gesto del "hombre que ríe", antes de hundir su cara en el suelo ensangrentado, fue el de arrancarse la máscara.
Ahí terminó el cuento, por supuesto. (Nunca habría de repetirse).


Nunca habría de repetirse...


Sigue Down at the dinghy. Elija su
camino:

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2 comentarios:

Pedro Incio dijo...

Pero bajo la máscara tiene -o tendría- que haber otra máscara; porque la luz de la cerilla no alumbra la oscuridad. Lo que hace es mostrarnos su extensión, su abismo, su grandeza. El horror, el horror...
PI

Unknown dijo...

lo que me impactó del hombre que ríe es lo bien que maneja la expresion del niño frases como "sabía como saludar a alguien desde la tercera base" o "Si los deseos hubieran sido centímetros, entre todos los comanches lo hubiéramos convertido rápidamente en gigante" el episodio de la mandarina al final. El niño identifica al hombre que rie con el jefe, y eso hace que la historia tenga más fuerza, para el niño este es el comienzo del fin de la niñez (aunque él no lo sepa) y eso le hace temblar.