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Querido Y Viejo Tigre Que Duerme:

domingo, 6 de julio de 2008

El Circo (de los años 20)

Lo digo desde ya: no soporto a los payasos, son inquietantes y tristes, los mimos me producen tal desconfianza que cuando veo uno en la calle tengo que apretar el paso mientras lo miro con cara de alucinada, no me interesan en absoluto los animales entrenados para hacer acrobacias, y de la única vez en mi vida que fui al circo no guardo recuerdo alguno -es más, tal vez solamente soñé que fui al circo-. ¿Por qué, entonces, el Mundo del Circo, ese con mayúsculas, (ese de los años 20 o por ahí, el Circo en todo su esplendor), me parece tan sumamente atractivo?

No tengo ni idea de cómo funciona hoy en día, la verdad. Cuando veo un cartel con un elefante enorme en el centro y una señorita de sonrisa Profident encima del animalito, vestida con maillot de lentejuelas, me entra una pereza enorme y me alegro de no estar obligada a acudir a tal espectáculo. Y, sin embargo, daría cualquier cosa por poder irme al pasado a visitar uno de esos Circos de allá por los años 20, con sus forzudos de músculos hiperbólicos y ridículo bigotito, sus funambulistas de cable suspendido y pértiga y sus fenómenos, que provocaban a la vez pánico, sorpresa, curiosidad y repugnancia en la concurrencia, en un momento en que la concurrencia no había oído hablar en su vida de ese concepto tan famoso de la corrección política y, por tanto, escandalizarse por ver a una mujer con una barba tan poblada como la del abuelo de Heidi o abrir la boca ante la visión de unos hermanos siameses unidos por el torso era justamente lo que se consideraba apropiado.

Hay una película de 1932 en la que el Mundo del Circo aparece representado, imagino, tal y como era entonces. Su título original es "freaks", palabra que se refiere a los fenómenos de aquel circo inquietante, y que es el calificativo que hoy en día muchos se autoaplican, orgullosos de mostrar al mundo su diferencia. Pues bien, aun era yo una niña de ocho años cuando descubrí esta peli -a los ocho años me gustaban las pelis que mi padre grababa en nuestro antiquísimo video, películas como "un gangster para un milagro", "my fair lady" o la propia "freaks" son de esas que me han acompañado durante toda mi vida y, supongo que sí, yo también me siento orgullosa de ser, en cierto modo, una "freak"-, a los ocho años, como decía, descubrí esta película y todavía recuerdo el tremendo impacto que produjeron en mí las imágenes del final, cuando (recomiendo que quienes no hayan visto la peli se salten esta parte) los freaks, en medio de la noche, bajo una tormenta de proporciones bíblicas, se cobran su terrible venganza contra la pérfida Cleopatra. La moraleja de la película es, no podría ser de otra manera, "los freaks son los otros".

Que quede, pues, constancia, de mi admiración por ese mundo misterioso, por aquellas personas que, perseguidas por la mala fortuna desde el nacimiento, se vieron obligadas a entretener a los "normales" mediante la exhibición de sus deformidades, por la figura del funambulista suspendido sobre nuestras cabezas, por la música circense archiconocida, que sólo con escucharla ya induce un estado de ánimo especial, romántico y poético, por el Circo, en definitiva, de allá por los años 20.

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