Al principio era el caos (II)
Al menos ahora, en este preciso segundo, siento en mí el caos: un desorden que comienza en mis pensamientos y desemboca en mis palabras, en mis comportamientos y en mis sentimientos. Siempre he dicho que no es sencillo ser yo, que mi compañía no me es grata casi nunca, que me siento como condenada a vivir una vida que no es la que quise, que no es aquélla con la que soñé. Y, airada, vuelvo mi espalda a los dioses y reniego de ellos. Todavía regreso arrepentida y les pido algunas veces que me liberen de mis circunstancias y me concedan el deseo de sentirme dueña de mi propia vida, sin el lastre que siento cargar todo el tiempo. Creer en el destino es un lastre, me impide ser libre. Me impide ser feliz.
Y me quejo, me quejo, me quejo y maldigo otras mil veces. De nada sirve.
Busco desesperadamente el equilibrio, pero enseguida me doy cuenta de que, si lo llegase a conseguir, no sabría qué hacer con él. Se me iría todo de las manos de nuevo. Empezaría a hacer locuras, ésas típicas mías, ésas que, con todo, aún me siguen definiendo, y todo se iría al infierno una vez más.
Pero sigo caminando porque no puedo hacer otra cosa. Porque en la vida todo consiste en seguir caminando, para bien o para mal. Sin ensayos previos, la vida es cada paso que damos, o cada paso que no damos. Quién conocerá el camino –aunque yo miro bien y prefiero los senderos iluminados, si bien poco transitados-.
Pero ya está bien de introducciones. La vida ha de seguir.
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