413 cigarrillos
El tiempo, contigo, lo medía en cigarrillos compartidos, en charlas que duraban hasta que amanecía, en miradas que podían decirlo todo, o no decir nada, pero que nunca quedaron suspendidas en mitad de ningún sitio.
Y permaneciste durante muchos cigarrillos. Aún no sé por qué quise llevar la cuenta así, de esta manera, pero este tipo de cosas –ya lo sabes- me salen solas y, por lo general, no tienen explicación de ningún tipo. Igual que cuando miro los trenes y siento la nostalgia de los viajes que, quizás, ya nunca podré hacer. Igual que cuando me siento a escribir y confío en que las palabras se dibujarán solas, sin ayuda por mi parte, sin siquiera darme cuenta.
Permaneciste durante cuatrocientos trece cigarrillos. Y, tras la última calada, me miraste con esos ojos que lo decían todo:
Ya no hay nada más que compartir. El adiós no es triste cuando dos personas han
estado unidas. Lo que sentimos el uno por el otro permanecerá por siempre, y lo
que sentiremos por otros es el comienzo de un nuevo camino.
Te marchaste envuelto en una nube de humo. No miraste hacia atrás, y yo tampoco te vi alejarte.
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