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Querido Y Viejo Tigre Que Duerme:

viernes, 12 de enero de 2007

Momento crítico

Muchas veces me pregunto qué hubiese pasado si, en el momento posiblemente más crítico de mi vida, hubiese decidido hacer algo distinto a lo que finalmente hice. Han pasado ya casi nueve años y no creo haberme recuperado aún.

El caso es que estoy convencida de que aquella decisión -que, en pocas palabras, tenía que ver con quedarme o irme- ha marcado negativamente el resto de mi vida. Sin embargo, gracias a mi curiosa capacidad de doble-pensar -esto es, de saber que una cosa es como es, objetivamente, pero al tiempo sentirla subjetivamente de una manera muy distinta- me doy cuenta de que, aunque me hubiese ido, de todos modos no habría llegado a esa especie de paraíso que alguna vez creí que se me había prometido (hay quien lo llama felicidad).

Pero quizás no estaría aquí, en esta cárcel, en esta habitación sin ventanas. O sí. Quizás cualquier camino me hubiese enviado aquí, al final.

No, no lo sé. No sé nada acerca de esto. Hace nueve años tomé una decisión y ahora estoy aquí. Eso es todo.

Lo único que sé es que no quiero conformarme con seguir viendo el mundo a través de otros. Quiero vivir en él, quiero salir y ver las cosas, yo misma. Me pregunto si aún estaré a tiempo...

1 comentario:

Rat dijo...

Nueve años que esta persona dice no estar en otro lado.


Comprendí que esta persona -digámosle Victoria para el caso- siempre había estado en el mismo sitio. Entonces lo dejé por ahí.

Sucedió que hoy, al salir de mi casa, dudé si tenía el hambre suficiente como para, de verdad, consumir carne. A veces, ya con la sola pereza de cocinarle con todo el ritual que se merece, el hambre se va.
De todos modos ganó el ritual y me dirigí a la carnicería más cercana, donde todo siempre es más barato, donde nunca parquean sus cuerpos las moscas. ¿Y a quién encuentro por sobre el mostrador?: a Victoria.
La mujer le decía más o menos lo siguiente al expendedor:

-Pero quizás no estaría aquí, en esta cárcel, en esta habitación sin ventanas. O sí. Quizás cualquier camino me hubiese enviado aquí, al final.

Algo así le dijo. Entonces un pavor descomunal,una hoguera al pasar, no, un sudor fino -eso- me creció a la velocidad de una ternura. Sin embargo, no me dejé engañar, porque yo ya sabía dónde estaba Victoria. Así que, por temor a que desapareciera sin rastros de la faz de la tierra, mientras yo servía mi cena en un plato de lomo a la parmesana, me fui rápido a escribirle un cuento, atrapándola indefinidamente, casi que decidiendo por ella, como hace nueve años, el otro lado de la realidad.

Uf, listo. Aquí está. Ya no se irá más. Pero ahora: ¿qué será de mí si me descubro decidiendo por mí?



[Saludo]